"Por el bien de España", Jordi Graupera

Creciente y con los mercados a favor, los sucesivos gobiernos españoles no invirtieron en transformar la economía productiva, no reformaron la educación, no racionalizaron el Estado de bienestar, no construyeron las infraestructuras para mejorar el comercio internacional, y no favorecieron la aparición de nuevas empresas que hicieran nuevos productos que abrieran nuevos mercados. En crisis, esto de ahora. Y ¿en qué ha invertido España la riqueza y el crédito de los últimos 20 años? En la elevación de Madrid a capital financiera, en defensa, en programas de solidaridad interterritorial y en el AVE.

El proyecto del gran Madrid se ha construido de la mano del BOE y con privatizaciones opacas, persiguiendo el viejo sueño de los ‘campeones nacionales’, muy mezclados con el poder político: el asunto Gas Natural-Endesa, la burbuja de Bankia, la alegría con que exministros forman parte de los consejos de administración o la inmensa cantidad de empresas que pagan impuestos en la Comunitat de Madrid, pero operan en otros lugares de España, son ejemplos estridentes, punta de iceberg.

La modernización del ejército, en gran parte hecha a medida de los intereses de la empresa privada armamentística –otro ejemplo del corporativismo autóctono–, deja una deuda de 30 mil millones de euros y ha condicionado la política exterior española en el mundo árabe, en África y en el Oriente Medio.

La solidaridad interterritorial, pagada mayoritariamente por Cataluña, las Islas Baleares y el País Valenciano, ha servido para consolidar una casta de caciques en las comunidades subsidiades, que a través de la discrecionalidad en el gasto, han construido inmensas redes clientelares y de control social. Su supervivencia depende de continuar subsidiadas, no de mejorar la economía local. Y el AVE, caso único en el mundo, resume todos los puntos anteriores: responde a una mentalidad tanto de pelotazo, ese gran sector español, como de control social. Sin la menor racionalidad económica, el objetivo explícito del AVE ha sido la cohesión territorial. La excusa de ahora: la supervivencia de las constructoras.

Hay una casta y un sistema de incentivos que vive de este modelo de Estado. Aquí y allá. Estos son los más perjudicados por un proceso de independencia, y no es extraño que sean los más furibundos en oponerse. Pero toda esta estrategia también quiere ser la respuesta al gran problema de la España moderna: la desvertebración. Y a su gran carencia: el pluralismo. Esto, y sólo esto, ha servido para justificar todas las flagrantes injusticias y paralegalidades del modelo. Antes que izquierda o derecha, cada cual con sus deudas estéticas, está la cohesión de España. Cataluña ha sido la excusa perfecta, y por este motivo no ha importado empobrecerla. El dinero se han repartido sin mucho esfuerzo, y por eso tampoco ha importado que los políticos se esforzaran en simular unos principios políticos, y así ocultar los agujeros del sistema. Si Cataluña se independiza, todo esto se ha acabado. Escuchad a quién sale perdiendo.

6-X-12, Jordi Graupera, lavanguardia