"Diagnóstico: austericidio", Màrius Carol

Felipe González no es el autor del término austericidio, pero como si lo fuera, porque ha sido él quien lo ha puesto en valor. No se trata de un vocablo aceptado por la Real Academia, pero ha terminado por aparecer en los medios de comunicación sin cursivas, como si nos refiriéramos a una forma de delito de Estado. El expresidente socialista fue el primero en advertir que o se encontraba un camino entre la austeridad y el austericidio o no había futuro. En los últimos días, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha reconocido en un informe que algunos de sus pronósticos subestimaron los efectos de las medidas de austeridad en el desempleo y en el crecimiento del PIB. El documento, que lleva la firma del economista en jefe de la entidad, reconoce el error, que ha conducido al incremento del desempleo, la caída del consumo privado y el descenso de la inversión.

Olivier Blanchard, que así se llama el alto funcionario del FMI, dice algo que sabían desde el repartidor de donuts hasta el ciudadano que los moja en el café con leche: que, en una economía en recesión, hacer sólo recortes de gasto y subidas de impuestos no sólo no permite salir de la crisis, sino que la aumenta. El informe hecho público es un documento altamente técnico que ha tenido impacto en Bruselas, porque señala directamente a las recetas de Angela Merkel para los países del sur de Europa. En cualquier caso, el informe intenta no deslegitimar la austeridad, pues advierte que no se puede sacar como conclusión que las medidas de consolidación fiscal no fueran deseables, pero advierte cada país debe diseñar sus ajustes no sólo pensando en el corto plazo, sino con una estrategia más amplia.

El FMI se alinea al lado de premios Nobel como Joseph Stiglitz o Paul Krugman, que recuerdan que se salió de la depresión de 1929 con políticas keynesianas. Y que los recortes radicales de gasto público en tiempo de depresión dejan unas heridas sociales que desequilibran el sistema. Jean Ziegler, presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, ha denunciado la manipulación ideológica que supone afirmar que el austericidio es la única política posible, pues se trata de una medida que se aplica a las clases trabajadoras pero nunca a los banqueros.

El discurso de la austeridad como única salida, sin atender a su complementariedad con medidas de crecimiento, ha acabado por ser interiorizado por los ciudadanos como una plaga bíblica que hay que aceptar con resignación. Hay economistas que consideran que el austericidio es un delito que debería denunciarse ante la Corte Penal Internacional. Seguramente, una iniciativa así difícilmente prosperaría, aunque es evidente que el austericidio no es economía, sino ideología. Por eso deberíamos gritar, como tituló Jordi Sevilla un artículo: “¡Que alguien nos salve ya del austericidio!”.

14-I-13, M. Carol, lavanguardia