"Un cristal de estupidez químicamente puro", Alfredo Pastor

...El resultado es una legislación de mala calidad, que, aunque parezca paradójico, es en sí una fuente de corrupción. Quisiera ilustrar lo dicho con tres ejemplos.

El primero es muy humilde. Imagine el lector que tiene un problema en la fosa séptica de la urbanización donde vive, problema que, en pocas horas, hace su casa inhabitable. Es posible que el origen del problema se halle en la exigencia de la instalación de una fosa por parte de un arquitecto municipal vendedor de esas instalaciones, pero, en el momento del accidente, eso no importa. Para resolverlo deberá solicitar del Consejo Comarcal correspondiente un permiso cuya tramitación puede – vox pópuli– tardar seis meses. Mientras tanto, deberá proceder a un análisis del contenido de la fosa que haga posible decidir cuál ha de ser su destino final. En la práctica, lo que hará el afectado será recurrir a un operador que se encargará de resolver su problema, en cuestión de horas…. y de forma irregular. Esto último lo saben todos los que intervienen en el proceso, incluso, posiblemente las autoridades competentes que, en general, se abstendrán de sancionar el incumplimiento de la normativa, prevaricando ellos y bendiciendo tácitamente la corrupción de los demás. Y el procedimiento establecido por la normativa no es, en abstracto, irracional. Es el legislador quien ha dispuesto algo sin querer saber si existen los medios indispensables para ponerlo en práctica.

El segundo ejemplo: mi primer contacto con ese juego, popular entre niños de corta edad y escasa imaginación, que consiste en desafiarse a ver quién escupe más lejos, no fue durante mi infancia, sino algo más tarde, cuando asistía a las sesiones de la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios del Gobierno. Estos discutían un proyecto de ley de incompatibilidades para cargos de la administración. En torno a una enorme mesa, tres docenas largas de altísimos cargos se desafiaban unos a otros a ver quién ponía más obstáculos a cualquiera que, habiendo abandonado sus filas, de grado o por fuerza, quisiera ganarse honradamente el sustento. Hay que decir que los contendientes no tenían nada que perder, ya que casi todos provenían de la función pública y a ella regresarían caducado su nombramiento. Pero eso no hacía mella en su empeño por procurar que la vida del otrora alto cargo fuera lo más precaria posible. No es de extrañar que como resultado de esas contiendas vea uno nombramientos sorprendentes, asesorías espectrales o fichajes inexplicables. En este caso, el legislador ha pretendido tener en cuenta sólo el interés general, sin considerar los intereses, subordinados pero legítimos, de los particulares. Una vez más, una fuente de corrupción.

Y, por fin, el tercer ejemplo: la Comisión Europea adivina que España no cumplirá el objetivo de déficit en el 2012, algo que cualquiera imaginaba, porque reducir el peso del déficit cuando el PIB disminuye es una hazaña que no debe tener precedentes, ni aquí ni fuera. Eso sí, la Comisión anuncia que, pese al incumplimiento, no solicitará de España nuevos ajustes. ¿Cómo interpretar ese anuncio? Hubiera sido mejor empezar poniendo unos objetivos menos brillantes pero susceptibles de ser cumplidos, y sancionar en caso de incumplimiento. La Comisión nos presenta una alternativa, ninguno de cuyos términos es presentable: o todo el proceso es una farsa, o bien España está fuera de la ley, pero sobrevive gracias a la compasión de las autoridades europeas, como sucede en todas las organizaciones totalitarias, ya que estar sometido a la discreción es lo contrario de lo que pretende un Estado de derecho. Otra corrupción, como la de la fosa séptica, pero esta vez al más alto nivel.

El historiador italiano Carlo Cipolla definió hace años al hombre estúpido como aquel que perjudica a otros sin beneficiarse a sí mismo, y enunció las cuatro leyes fundamentales de la estupidez humana. A la vista de lo anterior, quizá podría añadírsele una quinta: el comportamiento estúpido no siempre está producido por un estúpido; el producto de una constelación de personas inteligentes actuando en común puede ser un cristal de estupidez químicamente puro.

27-I-13, Alfredo Pastor, Cátedra Iese-Banc Sabadell de economías emergentes, lavanguardia