el Estado secuestra ciudadanos y la Iglesia católica los esclaviza (en el siglo XX!) (en la Unión Europea!)

A perro flaco todo son pulgas. La crisis está sacando lo peor de los países en apuros. En el caso de España, la corrupción; en el de Irlanda, el legado nefasto de los abusos de la Iglesia católica. Como, por ejemplo, el encarcelamiento forzoso de más de 10.000 mujeres perdidas entre 1922 y 1996, huérfanas, madres solteras e hijas de familias sin recursos, obligadas a lavar ropa para hoteles e instituciones religiosas en una situación de virtual esclavitud.

"The Forgotten Maggies" tells the stories of four women subjected to cruelty in Ireland's Magdalene laundries.

A las llamadas maggies (porque las siniestras lavanderías eran gestionadas por la orden de las Hermanas Magdalena) se las privó de todo: de su nombre, su identidad, su familia, su libertad y su futuro. Y no en la Irlanda ancestral de la inmigración y la hambruna, sino hasta hace tan sólo 17 años, cuando el tigre celta rugía ya con la falsa prosperidad y el país llevaba casi un cuarto de siglo en la Unión Europea.

El último convento de las Magdalenas, en Dublín, fue vendido por la orden en 1993 a una empresa constructora, pero la lavandería siguió operando hasta tres años después, cuando se procedió a su demolición. Los restos de 155 esclavas que estaban allí enterradas fueron exhumados, incinerados y enterrados en una fosa común. Y en el solar se construyó uno de esos bloques de apartamentos que costaban mucho más que su valor real y con los que políticos, banqueros y empresarios del sector inmobiliario (el triunvirato letal que ha hundido el país) se hicieron ricos. Muchos están ahora vacíos.

Los resultados de una investigación hecha pública ahora denuncian siete décadas de abusos institucionalizados, llevados a cabo por la Iglesia con la connivencia del Estado, que enviaba a las chicas a los conventos por infracciones tan nimias como viajar en tren o autobús sin billete, y a cambio conseguía que la ropa de los soldados fuese lavada gratis. El Gobierno que preside el taoiseach Enda Kenny dice que lo siente, pero no ha querido pedir perdón oficialmente. “El país nos ha fallado de nuevo”, dice Claire McGetterick, de la asociación Justicia para las Magdalenas.

En el transcurso de 74 años, desde el periodo de entreguerras hasta prácticamente anteayer, 30.000 mujeres irlandesas pasaron una gran parte de su vidas lavando la ropa de los demás, encerradas en conventos, sometidas a abusos físicos y psicológicos por parte de las monjas, abandonadas por sus familias y por el estado, en condiciones de trabajo forzoso propias de campos de concentración, respondiendo a nombres que no eran los suyos. Casi un millar murieron y fueron enterradas en las instituciones, sin recuperar nunca la libertad.

“Tenía 12 años cuando, tras morir mi padre, mi madre se casó de nuevo y empecé a ser objeto de abusos en mi casa. Me metieron en un camión y me enviaron a la lavandería de las Magdalenas en el condado de Wexford, prometiéndome que recibiría una fabulosa educación –explica Maureen O’Sullivan, que acaba de cumplir los sesenta y es la más joven de las víctimas–. Pero lo primero que hicieron las monjas fue quitarme los libros, y a partir de entonces mi vida consistió en lavar uniformes, recibir gritos e insultos y ser golpeada con una cruz cuando no hacía las cosas como ellas querían. Las chicas nos moríamos de hambre, con una dieta de pan y té, mientras de la cocina salía el olor de los guisos de carne y pollo con que se deleitaban las crueles hermanas. Cuando finalmente salí de la institución no tenía nada, ni la más mínima formación para buscar trabajo, e intenté quitarme la vida”.

Testimonios como este han conmovido a una Irlanda sacudida en los últimos tiempos por los abusos sexuales y de poder de una Iglesia católica antaño todopoderosa en el país y todavía muy influyente. Una cuarta parte de las prisioneras fue enviada a las lavanderías por el Estado, como mano de obra gratis, que no percibía ni tan siquiera el salario mínimo y estaba exenta de las normativas de la Seguridad Social. La Gardai, policía de la República, perseguía y devolvía a los centros a las que se escapaban. “No sabíamos por qué estábamos, qué pecado o qué delito habíamos cometido, y si algún día íbamos a ver de nuevo la luz”, cuenta O’Sullivan.

Los irlandeses se preguntan cómo es posible que algo tan espantoso ocurriese durante un periodo tan largo sin que nadie dijera ni hiciese nada, sin que se hicieran preguntas. Si el Comité de las Naciones Unidas contra la Tortura no hubiese publicado un devastador informe el año pasado, la historia de estas diez mil desaparecidas seguiría sin ser reconocida oficialmente.

7-II-13, R. Ramos, lavanguardia