"Chipre, un mensaje envenenado", Màrius Carol

El faraón egipcio Tutmosis III invadió Chipre hace más de 3.500 años y lo primero que se le ocurrió fue obligar a las colonias griegas y fenicias establecidas en la isla a pagar tributos. Así que podría decirse que los chipriotas, desde los inicios de sus civilización, han visto como un invasor poderoso les saqueaba su dinero. Esta vez ha sido el ministro Wolfgang Schäuble, el brazo económico armado de Angela Merkel, quien ha impuesto a Chipre confiscar parte de los ahorros de sus ciudadanos para rescatar al país. Sin duda, se trata del mayor maltrato a los ahorradores de la historia de la Unión Europea. Con la tasa a los depósitos bancarios se ha roto el dogma de la unión bancaria europea que establecía que eran poco menos que intocables. La presión de Mariano Rajoy y Mario Monti moderó algo el impacto de la decisión, que entendían que era un mensaje envenenado para sus electores. François Hollande estuvo escasamente activo, no sea que un día de estos el BCE empiece a meter sus narices en la banca francesa.

Chipre, un país con menos de la mitad de la población de la ciudad de Barcelona, se ha empobrecido de golpe por orden de Alemania (lo de la troika es un eufemismo). Buena parte de la culpa de la situación de la isla es de la banca, que se había convertido en un paraíso fiscal para los capitales rusos, incluidos los más opacos a los que servía de lavadora, por los que se pagaban elevados intereses. Sin embargo, no hubo advertencias previas de la UE ni del BCE, así que estas instituciones actúan como forenses más que como médicos preventivos. Pero las consecuencias de las medidas resultan terribles, porque se les está diciendo a los ahorradores del sur –estos desgraciados que recortan su bienestar para pagar los intereses de su deuda, mientras Alemania y sus socios del norte se financian a coste cero– que sus ahorros han dejado de ser sagrados.

El premio Nobel Paul Krugman lo ha dicho bien claro: la medida alentará a los europeos meridionales a sacar sus ahorros para llevarlos –¡cómo no!– a la segura banca alemana. Lo ha escrito incluso de una manera más literaria: “Es como si los europeos pusieran luces de neón en un letrero en griego e italiano (se olvidó el español) que dijera: es el momento de sacar el dinero de vuestros bancos”. Y la nave va... a la deriva. El oleaje vuelve a los mercados, las bolsas se marean y las primas de riesgo invitan al vómito.

Europa ha dejado de ser una idea para convertirse en un dislate. Lo peor es que la transferencia de soberanía de los estados no se ha hecho a la Unión sino a Alemania, que va a llevar al continente a la catástrofe, consiguiendo que el desapego de los ciudadanos sea cada vez mayor. El relato alemán de Europa tiene otra letra, pero la música no es nueva. Y ya se sabe que hasta Woody Allen confesó que escuchando media hora a Wagner le entraban ganas de invadir Polonia.

20-III-13, Màrius Carol, lavanguardia