¿qué queda de la sociedad cuando se pierde la confianza?

Si usted nacía en Mataró en los años sesenta o setenta del pasado siglo tenía altas probabilidades de convertirse automáticamente en cliente de la entonces Caja de Ahorros Layetana: los padres, que ya solían serlo, le abrían una libreta al niño o a la niña para lo que pudiera suceder. Si usted era adolescente y de Mataró hacia los años ochenta del pasado siglo, tenía todos los números para pasar algunas tardes en la biblioteca de la Caixa d’Estalvis Laietana de la plaza Santa Anna, en el meollo del casco antiguo, para preparar trabajos o exámenes o hacerse el encontradizo con alguna posible novia. Si por los mismos años era empresario o trabajador del textil, el sector tradicional de la industria de la capital del Maresme, usted se entendía con el director de su oficina de la Laietana, casi una en cada esquina, para lograr un crédito para ampliar la fábrica o el taller o rentabilizar algunos ahorros, a medio o largo plazo, para que el niño o la niña pudiese ir a la universidad. O para llegar más tranquilo a la jubilación, ese estadio vital y poslaboral al que entonces llegaba casi todo el mundo –cosas de aquello que se llamó Estado de bienestar–.

En Mataró, la ciudad del primer tren peninsular (1848), casi todo el mundo era de la Laietana porque así había sido siempre: los mataroneses “de tota la vida” y los llegados anteayer de todas las Españas desde finales de los cincuenta; y, ya en los ochenta, en los noventa y en los dos mil, de las Áfricas, las Asias y las Américas. Como en muchas ciudades similares, “la caja de Mataró” era un depósito de confianza y cohesión social. Esa confianza, la bendita confianza traicionada, fue lo que llevó a miles de impositores a canjear esas preferentes que suscribieron porque la caja les dijo que las suscribiesen por esas acciones por las que la nacionalizada Bankia, la nueva matriz de la Laietana, la madre del gran desastre financiero español, paga ahora un euro por cada 100 suscritas. Esa caixa nutría una red local de garantías sociales, que ahora habría servido, como dijo ayer en TV3 el alcalde de la ciudad, Joan Mora –al frente de la movilización ciudadana contra el nadie sabe nada–, para que aquellos padres pudiesen ahora continuar ayudándose y ayudando a sus hijos de 40 años en paro y a sus nietos sin futuro.

26-III-13, D. González, lavanguardia