nefanda y execrable ausencia de política educativa (sustituída por una nueva Ley cada 6 años)

Ante el persistente fracaso escolar, la mediocre calidad de los aprendizajes instrumentales, la insuficiente relación educaciónmundo laboral o la dificultad del tratamiento de la diversidad, se plantea una nueva reforma educativa sin consenso. Son muchos los retos, pero el mayor desafío existente es el de hacer política educativa y dejar de hacer política con la educación.

Sería conveniente que se abandonaran posiciones de partido, que instrumentalizan la educación buscando réditos electorales o imposiciones ideológicas. El futuro precisa políticas educativas de consenso dirigidas a construir una sociedad más justa y equitativa, y que pongan el centro de atención en las necesidades de los estudiantes.

Resulta impresentable que desde 1970 se hayan aprobado siete leyes orgánicas sobre enseñanza obligatoria, obviando las referidas a la formación profesional y la universidad, sin que en muchos casos se haya realizado su despliegue efectivo y una evaluación de los resultados globales. Parece olvidarse que la educación es una carrera de fondo, que los sistemas educativos son lentos en la asimilación de cambios y que más que reformas estructurales se precisa de procesos de mejora continuados. Disponemos de informes nacionales e internacionales que remarcan las debilidades del sistema educativo; también de ejemplos que pueden orientar las decisiones políticas. Pero parece que lo que menos importa es mejorar la realidad y que lo que más interesa es utilizar la educación para satisfacer intereses sectarios, reforzar posiciones ideológicas o ganar pulsos políticos. Olvidamos en esta coyuntura que el futuro es de todos y que la educación es la herramienta que garantiza su construcción. La falta de consenso político y de continuidad en los cambios realizados atenta directamente a esa verdad, al mismo tiempo que evidencia la limitación de miras de nuestros políticos o su excesivo interés por la confrontación.