disfrutamos (?) de una pornografía uniforme, simple, monótona y empobrecedora

El psicólogo Richard Jackson Harris, de la Universidad de Kansas, publicó a principios de los noventa un artículo en el que recopilaba estudios que mostraban que el hecho de ver películas X con frecuencia nos llevaba a sentir que nuestra pareja es menos atractiva, que la amistad con mujeres está teñida siempre de un contenido erótico y que la agresión sexual parezca menos grave de lo que es. Efectos como este último han hecho, por ejemplo, que ciertos grupos conservadores y algunas ideólogas feministas coincidan en señalar la pornografía como un fenómeno negativo.

Pero ¿y si esos efectos son producto de una narrativa sexista y no de la pornografía en sí? En una investigación típica (los psicólogos de la Universidad de Alabama Dolf Zillmann y Jennings Bryant son autores de un experimento de este tipo muy citado) un grupo de voluntarios contempla películas X en las que se asume el “mito de la violación”, la idea de que a algunas mujeres les agrada que abusen sexualmente de ellas. Y se comprueba, por ejemplo, que después de haber visto gran cantidad de historias de ese tipo, tienden a trivializar los efectos de este acto y justificar con mayor facilidad al agresor ¿Qué ocurriría si el material sexualmente explícito tuviera un contenido distinto? Existe un grupo de personas que han emprendido esa tarea. Desde finales del siglo XX existen directores de películas pornográficas que intentan cambiar la narrativa habitual de este tipo de cine. Maria Beatty, Tristan Taormino, Bruce Labruce, Annie Sprinkle, Emilie Jouvet o Shu Lea Cheang son ejemplos de este nuevo enfoque. Si este mundo audiovisual cambia, quizás podamos empezar a valorar los aspectos positivos del material sexualmente explícito.

Jorge Arnal recuerda un ejemplo de estos últimos: la capacidad para hacer visible las sexualidad: “Hemos perdido tabúes y prejuicios con respecto al sexo: la realidad es que cada vez más personas se preguntan por su vida sexual, cada vez se habla más sobre sexo, y cada vez se sabe más. Y eso, sin el sexo tan ‘a mano’, hubiera costado mucho más tiempo”. Y Cristóbal Icaza completa: “Creo que forma parte de nuestra educación, simplemente ha llenado un hueco a veces inexistente o muy pobre en nuestra educación, el capítulo sexual ¿Era ese su objeto? Probablemente no”.

Otro fruto de las películas X es la apertura a actividades eróticas que, de lo contrario, quizás hubieran seguido resultando un tabú y hoy forman parte de nuestra experiencia cotidiana. El economista Steven D. Levitt y el periodista Stephen J. Dubner, en su divertido libro Superfreakonomics, analizan desde un punto de vista económico algunas cuestiones que habitualmente creemos relacionadas únicamente con la moral sexual. Estos políticamente incorrectos investigadores demuestran con estadísticas, por ejemplo, que los precios por servicio en el mundo de la prostitución han variado debido a la liberalización de las costumbres. Hoy en día –recuerdan– una prostituta cobra menos por un francés que por una relación con coito incluido. Sin embargo, hace un siglo no era así: la fellatio era más cara. La razón tiene que ver con las leyes de mercado: en otras épocas, el sexo oral era un tabú incluso entre las meretrices. Hay documentos que reseñan que, por ejemplo en Madrid, era un insulto echarse en cara entre prostitutas la práctica de la felación. Y por eso, al ser más difícil conseguir una felación, esta se cobraba a más precio ¿Cuánto tiene que ver la pornografía en el hecho de que el sexo oral sea considerado una práctica normal dentro de las relaciones sexuales?

Los productos audiovisuales nos influyen mucho más de lo que creemos. El ser humano aprende una gran cantidad de pautas por observación: es lo que llamamos aprendizaje vicario o social. No necesitamos interiorizar razonadamente todo lo que hacemos. En muchas ocasiones nos basta con ver las conductas ajenas repetidas una y otra vez para que éstas se conviertan en parte de nuestros hábitos de comportamiento. Utilizando este potencial, el cine ha influido de forma tan directa en nuestras costumbres. Fumamos más y bebemos cotidianamente desde que las películas se llenaron de actores que tenían esa costumbre. Dejamos de hacerlo cuando ellos disminuyeron esos hábitos en la pantalla. Nos vestimos, nos besamos, hablamos e incluso posamos como los protagonistas de las películas. Curiosamente, a pesar de que somos conscientes del efecto general del cine (entre otras cosas, por la gran cantidad de estudios dedicados a este tema) subestimamos la capacidad que tiene la pornografía para influir en nuestras vidas.

Sin embargo, intuitivamente es claro que ese influjo existe. La propensión a afeitarse el vello púbico; la predisposición de los hombres heterosexuales para probar el sexo anal con mujeres pero no experimentar ellos mismos con esa práctica; la tendencia a convertir las relaciones sexuales en un asunto muy serio en el que el humor no tiene cabida; la práctica de cierto tipo de posturas acrobáticas e incómodas o la inclinación general a mantener un tipo de relaciones con pasos muy similares (sexo oral seguido de penetración con variación de posturas) parecen estar cada vez más fijadas en la población general. Sin embargo, por la literatura y documentos gráficos antiguos sabemos que en otras épocas esos patrones de comportamiento no eran habituales. Si tenemos en cuenta que la única forma de aprendizaje sexual teórico sobre técnicas que tenemos es la pornografía, es fácil sospechar que estos factores de comportamiento en la cama han sido copiados de las películas X. Sin embargo, hay muy pocos estudios que analicen este influjo.

Admitir la importancia del aprendizaje vicario a través de la pornografía nos serviría para tratar con más fuerza de cambiar el tipo de comportamiento que este tipo de audiovisual promociona. Erika Lust, una de las directoras pioneras en nuestro país de la producción de películas de sexo explícito diferentes, está de acuerdo con la idea: “Nuestra sociedad tiende a ignorar el porno, a considerarlo algo marginal y oscuro, que no interfiere en otros aspectos de la vida. Y no es cierto, hay que tener cuidado porque el porno no es sólo porno, es un discurso, una manera de hablar sobre sexo. Es una manera de ver y entender lo masculino y lo femenino. Y es un discurso y una teoría casi 100% masculina (y muchas veces machista)”, expone.

Cambiar la pornografía no supondría, desde luego, variar radicalmente nuestra sexualidad. La activista María Llopis, en un reciente artículo en Diario Kafka, dudaba de que el efecto del cambio en las narrativas fuera tan definitivo: “Hubo un tiempo en el que el feminismo se rebeló contra la pornografía. Se decía que generaba violencia contra la mujer. Que era sexista y machista y que representaba a las mujeres como objetos sexuales. Ojalá. Ojalá la culpa fuera del porno y erradicándolo acabáramos con una sociedad sexista. Sería tan sencillo. El feminismo adoptó el lema punk de ‘hazlo tú mismo’. Decidió que si no te gusta el porno que ves, ábrete de piernas y haz tu propio porno. Feminismo prosex, movimiento posporno, pornografía feminista, porno hecho por mujeres. Las políticas feministas más radicales y los posicionamientos anti-capitalistas empezaron a producir material sexualmente explícito que ha tenido una gran aceptación en el mundo del arte y la cultura”...

Pero, desde luego, cambiar las narrativas de la pornografía sería un factor importante. Beatriz Preciado, profesora de Teoría del Género en la Universidad de París VIII, argumenta que: “La pornografía participa de un marco político más amplio en el que se representa la masculinidad y la feminidad heterosexuales como fundamentalmente asimétricas, donde la mujer no tiene ni voluntad ni decisión propia. El problema no es que la pornografía sea sexista (como lo son muchos otros géneros cinematográficos actuales), sino que haya únicamente pornografía sexista. La pornografía funciona como un mecanismo tramposo: creemos que buscamos la pornografía que nos da placer, pero en realidad la pornografía que miramos construye nuestros cuerpos y nuestros deseos. Por ello, es necesario abrir el género pornográfico a una pluralidad de códigos, de miradas y de interpretaciones”.

Para esta profesora, “la pornografía no afecta únicamente a la producción del placer, sino que produce unos estereotipos muy marcados de lo que significa en nuestra sociedad ser un hombre y ser una mujer, reforzando el imperativo heterosexual y la amenaza contra los cuerpos y las sexualidades diferentes. Curiosamente, en nuestras sociedades democráticas, la representación de la sexualidad sigue siendo un ámbito tremendamente conservador y normativo. Lo que ocurre en pornografía sería comparable, en términos de comunicación audiovisual, a vivir en un régimen democrático sin libertad de prensa. Por eso, según esta filósofa, “necesitamos una auténtica democratización de la pornografía, lo que implicaría la posibilidad de crítica interna de los códigos y de las representaciones que esta produce, de modo que pudieran aparecer pornografías disidentes. Imaginemos, por ejemplo, la posibilidad de una pornografía para hombres heterosexuales analmente activos, o afeminados, o amantes de las mujeres masculinas...”.

Cada vez son más las personas como ellas que entienden que hay que destripar el porno porque tiene una influencia importante en nuestra sexualidad. Este año, por ejemplo, se celebra la décima edición de Cinekink, un festival de cine que se celebra en Nueva York y que se creó para fomentar la representación positiva de la sexualidad explícita en el cine y la televisión. Cientos de personas se reúnen ahí para hablar de pornografía, algo impensable hace 50 años. Es una buena noticia: si un fenómeno es mayoritario, siempre es mejor hablar de él que no hacerlo.

Si admitimos que la pornografía es parte de nuestras vidas, podemos hacer visible este fenómeno y jugar con su capacidad pedagógica de cara a las nuevas generaciones. Es una de las motivaciones de Erika Lust: “Acabo de ser madre hace poco tiempo, y pienso que me gustaría que mi hija, cuando esté expuesta al cine adulto, en su adolescencia, reciba mensajes positivos sobre la sexualidad, con valores y discurso femeninos. No quiero que quienes le expliquen a través del cine explicito cómo es el mundo del sexo sean Rocco Siffredi, Nacho Vidal, Marc Dorcel, Private, Penthouse”.

30-III-13, Luis Muiño, ES/lavanguardia