"Economía budista", Luis Racionero

Ahora que China inicia su cuarta generación de líderes post-Mao con el debate sobre desarrollo frente a calidad de vida, ya que no se atisba aún el equilibrio entre desarrollo económico y desarrollo político, cabe recordar que la disyuntiva cantidad-calidad o crecimiento-bienestar fue resuelta de modo original por el pequeño Bután, país budista entre Nepal y Tíbet. En 1972 el rey Jigme Singye Wangchuck sugirió una alternativa al producto nacional bruto (PNB), la medida por la cual los países evalúan su progreso. En vez del PNB ordenó a su país que adaptara el BNB, bienestar nacional bruto (o limpio, supongo).

Desde el 2008, una nueva constitución ordenó que todos los programas gubernamentales –de la agricultura a los transportes y el comercio exterior– se deben evaluar no por sus beneficios económicos sino por la felicidad que pueden producir. La Constitución de EE.UU. habla también de la pursuit of happiness, pero allí creen que es por medio del dólar. En el 2009 el ministro de Comunicación de Bután declaró en The New York Times: “Ya ven en qué acaba la fe en el crecimiento material sin matices y sin calidad”, aludiendo a la crisis económica, “las sociedades industrializadas se están dando cuenta de que el PNB es una esperanza rota”.

Naturalmente, el Banco Mundial y el FMI preguntaron: “¿Cómo se mide el bienestar?”, ignorando u olvidando que desde los años setenta se han elaborado indicadores sociales para medir la calidad de vida, porque entre 1960 y 1970 el PNB per cápita de Japón se cuadruplicó, sus exportaciones se quintuplicaron y el parque de coches se multiplicó por 18 en una población que creció el 11%, pero, simultáneamente, el número de pacientes neuróticos se triplicó, los precios del suelo se multiplicaron por cinco, la congestión y contaminación se hicieron mucho peores. El ambiente urbano se deterioró desastrosamente.

Por ello se llegó a la conclusión de que el PNB no es una medida correcta del nivel de un país. La abundancia material que mide el PNB no conlleva automáticamente la calidad de vida, bienestar o felicidad. Por ello, así como en la década de 1920 se elaboró el concepto de PNB y renta nacional, a partir de 1970 se investigó el diseño de un índice compuesto, una variable macrosociológica y macropsicológica que complemente el PNB como indicador del funcionamiento de una sociedad. Ese bienestar nacional bruto sería el indicador agregado que mediría el aumento anual de calidad de vida.

Para ello hay que seleccionar las variables relevantes, medirlas y agregarlas. Lo expongo en mi libro Del paro al ocio, basándome en los métodos de Osgood, Perloff, Wingo y Olaf Helmer para cuantificar variables cualitativas, o sea, medir la calidad.

La metodología existe, es la sociedad quien debe priorizar la medida del bienestar al lado de la de crecimiento. China, de momento, no lo prevé, pero Bután ha producido un intrincado modelo de bienestar que comprende: los cuatro pilares, los nueve ámbitos y los setenta y dos indicadores de felicidad. Los cuatro pilares de una sociedad feliz son economía, cultura, medio ambiente y buen gobierno. Luego subdivide estos cuatro ámbitos en nueve: bienestar psicológico, ecología, salud, educación, cultura, estándares de vida, uso del tiempo, vitalidad de la comunidad y buen gobierno. Dice el informe de Bután en el Times: “Todo ello debe analizarse usando los 72 indicadores sociales. Por ejemplo, en el ámbito de bienestar psicológico, los indicadores incluyen frecuencia de oración y meditación, y de sentimientos de egoísmo, celos, calma, compasión, generosidad, frustración e incluso pensamientos suicidas. Cada dos años estos indicadores se deben revaluar por medio de un cuestionario a toda la nación”, según el secretario de la Comisión del Bienestar Nacional Bruto, Karma Tschiteem.

La práctica de Bután podría exportarse a otros países. Birmania, Tailandia o Laos podrían planteárselo. Coincide este empeño con la propuesta de E.F. Schumacher, el autor de Small is beautiful, en su ensayo Economía budista. Dice Schumacher: “El budista ve la esencia de la civilización no en la multiplicación de necesidades, sino en la purificación del carácter humano. El economista clásico mide el nivel de vida por la cantidad de consumo anual, asumiendo que una persona que consume más estará mejor que otra que consume menos. Para una economía budista este enfoque es irracional, ya que el consumo es sólo un medio para lograr el bienestar humano. El objetivo debe ser obtener el máximo de bienestar con el mínimo de consumo”. Si se habla de economía budista, es porque este enfoque supone un cambio importante en los valores e incluso en la visión del mundo de las sociedades materialistas, capitalistas o comunistas.

6-IV-13, Luis Racionero, lavanguardia