"La intratable cuestión coreana", Eugenio Bregolat

Una vez más, la nuclearización de Corea del Norte, envuelta en bravatas y amenazas, pone la situación al rojo vivo. Consideraciones geográficas, históricas y militares explican su gran complejidad y la convierten en una de esas cuestiones intratables, con las que sin embargo no hay más remedio que lidiar.

Como telón de fondo, la geografía. La frontera entre ambas Coreas, Panmunjon, en el paralelo 38, se encuentra a sólo 53 kilómetros de Seúl, diez millones y medio de habitantes, y a diez de Kaesong, 350.000 habitantes. No conocemos con exactitud el número y la potencia de los ingenios nucleares de que dispone Pyongyang, ni el alcance de sus misiles, pero es seguro que dispone de medios militares convencionales para dañar muy gravemente, si no arrasar, esas y otras ciudades de Corea del Sur. Además, 28.500 soldados norteamericanos se hallan estacionados en Corea del Sur. Estos rehenes explican en gran medida la audacia de Pyongyang. ¿Pueden Washington o Seúl arriesgarse a que una acción preventiva contra las instalaciones nucleares norcoreanas provoque enormes daños en la población y la economía del Sur, además de tal vez muchas bajas norteamericanas? Corea del Norte tiene acreditada capacidad de cometer atrocidades. En 1983 sus agentes asesinaron a tres ministros del Gobierno de Seúl que se encontraban en Birmania y en 1987 volaron un avión civil de Korean Air, causando 115 muertos.

La influencia de China sobre Corea del Norte supera la de cualquier otro país, tanto por haberla ayudado de forma decisiva a resistir a EE.UU. en la guerra de los años cincuenta como porque le proporciona entre el 70% y el 80% del petróleo y los alimentos que importa a precios favorables. Pero esa influencia es relativa. Corea, como Vietnam, profundamente nacionalista, se han pasado mil años intentando zafarse del abrazo de China y Japón. Si China fuera capaz de imponer su voluntad a Corea del Norte, esta nunca habría desarrollado armas nucleares, ya que ello conduciría a la nuclearización de Japón y Corea del Sur, cosa obviamente contraria a los intereses de China.

Cuando detonó su primer ingenio nuclear, en el 2006, Pyongyang avisó a Pekín sólo con media hora de antelación. China, el pasado mes de febrero, condenó, junto al resto del Consejo de Seguridad de la ONU, la prueba nuclear norcoreana. Por la osadía de Kim Il Sung, al cruzar el paralelo 38 en 1950, China se vio envuelta en una guerra con EE.UU. y no quiere verse en modo alguno arrastrada a otra que, entre otras cosas, pondría en entredicho toda su estrategia de desarrollo económico.

Si China intentara asfixiar económicamente a Corea del Norte es dudoso que lo lograra. El régimen absorbió dos millones de muertos de hambre en la última década del pasado siglo. La población, totalmente controlada por el Estado policial, sometida a un permanente lavado de cerebro y privada de móviles e internet, no tiene capacidad de reacción alguna. Arrinconado, el régimen podría emprender una huida hacia adelante. Su eventual hundimiento sería la peor pesadilla para Pekín: una Corea reunificada aliada de EE.UU. llegaría al río Yalu, la frontera chino-coreana; precisamente para evitarlo China luchó en la guerra de Corea. Además, un alud de refugiados podría caer sobre China. Yo mismo tuve que lidiar con treinta coreanos que invadieron la embajada de España en Pekín en el 2002, un minúsculo anticipo. Puesto que no puede permitir el hundimiento del régimen, China, pese a sus muchas reservas, lo sigue apoyando. China, pues, tiene capacidad limitada de influir sobre Corea del Norte y sus intereses vitales le impiden utilizarla a fondo. La llegada al poder de Kim Jong Un, vivo retrato de su abuelo Kim Il Sung, introduce una peligrosa variable en la ecuación, ya que el nuevo líder ha de probarse ante sus militares, tiene escasa capacidad para resistirles y carece de experiencia. Nadie tiene la solución para tan complicado problema. Con los viajes de los expresidentes Carter, en 1994 y en el 2010, y Clinton, en el 2009, EE.UU. exploró la posibilidad de dar a Corea del Norte garantías de seguridad y ayuda económica a cambio de renunciar a su programa nuclear. Pero los norcoreanos temen que su renuncia al arma nuclear les dejará indefensos. Seguir intentando un acuerdo, junto a la prudencia y el contacto permanente entre EE.UU. y China, para evitar verse arrastrados a un conflicto por eventuales locuras de Pyongyang, parecen las únicas guías para enfrentarse con tan intratable problema.

14-IV-13, Eugenio Bregolat, fue entre el 2001 y el 2003 el primer embajador de España acreditado ante Corea del Norte, con residencia en Pekín, lavanguardia