¿la cuestión es tomar las armas?, ¿armarse de resignación?, ¿...?

La semana pasada, el Senado de Estados Unidos rechazó la propuesta de ampliar el control de los antecedentes de los compradores de armas, una de las prioridades de Obama tras la matanza de Newtown. Perdió por poco pero perdió, aunque la iniciativa la promueven un senador demócrata y otro republicano, lo que permitía presumir que esta vez lo conseguirían.

La famosa segunda enmienda, que garantiza el derecho a llevar armas para defenderse, está profundamente arraigada en aquel país. A principios de mes, el Ayuntamiento de Nelson, en Georgia, aprobó una ordenanza que obliga a los ciudadanos a tener en casa un arma y suficiente munición para “proteger la seguridad de la ciudad y de sus habitantes”. No se trata ya de la posibilidad de tener una, si quieres, sino de la obligación. Sin embargo, no multarán a los ciudadanos que la incumplan, una incongruencia porque, si hay obligación de hacer algo y puedes no hacerlo y no te pasa nada, entonces ¿dónde está la obligación? En Tucson, Arizona, la iniciativa es otra. A mediados de marzo se supo que el grupo Armed Citizen Project dará gratis escopetas con munición a los habitantes de los barrios con alto índice de delincuencia. Lo hace en muchos otros lugares. Según ese grupo, sólo si los ciudadanos están armados, la ciudad puede defenderse de los criminales, visto que las fuerzas de policía sufren graves recortes de presupuesto y no pueden desplegarse con la efectividad necesaria.

Tanto el de Nelson como el de Tucson son casos aislados en medio de una oleada mayoritaria de propuestas que, desde hace tiempo, intentan hacer más difícil la posesión de armas. Pero se equivocan los que, una vez más, caen en el tópico y dicen que la imposibilidad de acabar con el sentimiento que liga armas con derecho personal es “una estupidez típica de los estadounidenses”. Fíjense, si no, en la foto que el miércoles pasado publicó Cartas de los lectores. La enviaba el suscriptor Agustí Prats. Se ve la reja de una casa, con un cartel con la silueta de un hombre con escopeta y el texto: “Aquí vive un cazador”. Decía Prats: “Son muchos los asaltos que se están produciendo en casas aisladas y algunos toman medidas disuasorias”. Sí. Son muchos asaltos, demasiados. El viernes, en Llagostera unos ladrones asaltaron una masía aislada, apalearon e hirieron al hombre de 70 años que vive allí y se fueron con todo lo que pudieron robar, coche incluido. Casos como ese los hay a decenas, cada mes, y muchos acaban con la víctima asesinada y el delincuente huido. Los ciudadanos están hartos. Conozco a un hombre del Alt Empordà, cazador, que –harto de que les hayan robado una y otra vez, y se les hayan llevado todo y más– cada noche saca el fusil del armario y lo deja en el suelo, al lado de la cama donde duerme con su mujer. Por si acaso. ¿Cuántos hay como él, en todo el país, ahora mismo?

24-IV-13, Quim Monzó, lavanguardia