"España, antes muerta que de todos", Juan-José López Burniol

Hay un texto de Ortega que me ha sugestionado siempre. Es de España invertebrada (1921). Dice así: “De 1580 hasta el día, cuanto en España acontece es decadencia y desintegración (…) El proceso de desintegración avanza en riguroso orden de la periferia al centro. Pronto se desprenden los Países Bajos y el Milanesado; luego Nápoles. A principios del siglo XIX se separan las grandes provincias ultramarinas, y a fines de él las colonias menores de América y Extremo Oriente. En 1900, el cuerpo español ha vuelto a su nativa desnudez peninsular. ¿Termina con esto la desintegración? Será casualidad, pero el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas parece ser la señal para el comienzo de la dispersión peninsular”.

Dejemos al margen su retórica. En la historia de España –que, como dice Juan-Pablo Fusi, “no es ni una historia única ni una historia excepcional”– ha habido también etapas de paz, desarrollo y optimismo; pero por causas complejas retorna siempre recurrente la pulsión desintegradora. Así sucede hoy, cuando el Gobierno catalán y el vasco han manifestado su voluntad de promover el ejercicio del derecho a decidir si catalanes y vascos quieren o no seguir formando parte de España. Por lo que a Catalunya se refiere, cuantos españoles queremos preservar la idea de España como “unidad histórica” –en palabras de Pierre Vilar– deberíamos tener presente, para no errar, estos puntos:

1. El problema catalán no es artificial –cosa de intelectuales y políticos– sino que responde a un profundo sentir del pueblo catalán. Para buena parte de los catalanes, Catalunya es una comunidad con conciencia clara de poseer una personalidad histórica diferenciada y voluntad firme de proyectarla hacia el futuro mediante su autogobierno, el autocontrol de sus propios recursos y la autogestión de sus propios intereses. De ahí que el problema catalán no se resuelva con el tiempo.

2. En realidad, el problema catalán es la manifestación más aguda del problema de la estructura territorial del Estado, que está sin resolver y se arrastra, con un enorme coste, desde hace más de cien años.

3. Catalunya ha ganado de forma espectacular en el siglo XX, gracias a su admirable tenacidad, la “batalla del ser”, la de su refacción identitaria nacional. Es lógico que afronte ahora con pareja decisión la “batalla del estar”, para decidir si sigue formando parte de España o pasa a ser un nuevo Estado. Su desencadenante ha sido el déficit fiscal –que ha calado en sectores alejados del catalanismo tradicional– y su enconamiento actual ha sido propiciado por la crisis económica y por el rampante desprestigio de España.

4. El ominoso silencio del presidente Rajoy contribuye a que el problema se agudice. No tomar decisiones no es una decisión, diga lo que diga. Y tampoco vale alegar la necesidad de resolver previamente la crisis económica, pues el problema político se encona más cada día. Hay que buscarle una solución, lo que exige priorizar los temas según criterios de urgencia. Este es hoy el orden: 1. Derecho a decidir. 2. Pacto fiscal. 3. Reforma constitucional.

5. Respecto al primer tema, hay que reconocer a los catalanes, sin excusa ni pretexto, el derecho a decidir si quieren o no seguir formando parte de España, pues, a estas alturas de la historia, no es concebible ningún tipo de comunidad política que no se fundamente en el principio de libertad. Debe también respetarse de forma plena el principio de legalidad, lo que no impediría el ejercicio inmediato de este derecho si se quisiera: existen fórmulas para ello. Pero dada la cerrazón del establishment español al respecto, resulta inevitable subsumir este primer tema dentro de la tercera cuestión –la reforma constitucional–, lo que debería admitirse y anunciarse con claridad desde el principio.

6. En cuanto al segundo punto, hay que instrumentar un sistema que fije un límite a la contribución solidaria de Catalunya, con el establecimiento efectivo del principio de ordinalidad o de otro recurso técnico adecuado.

7. Por lo que hace al tercer apartado, hay que reformar la Constitución desarrollando el Estado autonómico en sentido federal (reforma del Senado, clara redefinición de competencias…), e incluyendo el procedimiento adecuado para el ejercicio del derecho a decidir. ¿Cómo? Admitiendo –por ejemplo– que los presidentes autonómicos puedan convocar referéndums consultivos en sus comunidades.

8. El obstáculo fundamental para este proceso no está, con toda certeza, en la voluntad mayoritaria de los españoles, seguramente tan cansados como los catalanes del enquistamiento maligno de esta cuestión. La muralla está en la voluntad del grupo oligárquico asentado desde siempre sobre el Estado, al que explota en su provecho exclusivo. España sólo tiene sentido si es suya. Antes muerta que de todos.

20-IV-13, Juan-José López Burniol, lavanguardia