Putin, un modelo nacionalpopulista para Europa
Hay en Europa occidental un fenómeno sorprendente y cada vez más visible: partidos de extrema derecha que abandonan sus ideologías tradicionales anticomunistas y antirrusas, y que en muchos casos expresan admiración (e incluso apoyo explícito) hacia el régimen del presidente ruso, Vladímir Putin.
Es verdad que también buscaron una alianza con Putin diversos líderes europeos (actuales y pasados). Por ejemplo, inmediatamente después de dejar el puesto de canciller alemán, Gerhard Schröder se integró en la junta del proyecto de gasoducto Nord Stream (que garantizaba a Alemania acceso directo al suministro ruso a través del mar Báltico). Asimismo, The Economist describió al expresidente checo Václav Klaus (prominente euroescéptico) como uno de los “admiradores extranjeros más entusiastas” de Putin. Pero oportunismo no es lo mismo que afinidad ideológica.
En cambio, el Partido Nacional Demócrata de Alemania (de extrema derecha) manifestó su nostalgia de las virtudes de los alemanes del Este y proclamó que la difunta República Democrática Alemana era “una Alemania mejor” que la República Federal. En el 2011, el PND se fusionó oficialmente con otro partido de extrema derecha, la Unión del Pueblo Alemán, vinculado por mucho tiempo al Partido Democrático Liberal de Rusia (PDLR) y a su fundador y líder, el ultranacionalista Vladímir Zhirinovski.
A pesar de haber sido siempre un miembro destacado de la oposición a Putin, también Zhirinovski mostró tendencias autoritarias similares; por ejemplo, cuando prometió que en caso de resultar elegido presidente instituiría un Estado policial. Y sus lazos con el comunismo son claros. Además de que la fundación del PDLR fue un proyecto conjunto entre el Partido Comunista de la Unión Soviética y el KGB, Zhirinovski también se expresó a favor de devolver a Alemania los territorios orientales que perdió en la Segunda Guerra Mundial (y que incluyen gran parte de Polonia y la región del Báltico).
En Francia, el cambio de alianzas de la extrema derecha es incluso más notorio, como lo demuestra su incipiente acercamiento a la nueva Rusia. En una entrevista que dio en el 2011, la jefa del Frente Nacional, Marine Le Pen, expresó admiración por Putin y anunció que si ganaba la elección presidencial del 2012, Francia abandonaría la OTAN y buscaría una alianza trilateral con Alemania y Rusia.
Además, Marion Maréchal-Le Pen, sobrina de Le Pen y una de los dos diputados que tiene el partido en la Asamblea Nacional, es un miembro destacado del grupo Francia Europa Rusia, patrocinado por el Frente Nacional y defensor de un mundo multipolar (o, más exactamente, menos estadounidense). Se dice que en diciembre pasado Maréchal-Le Pen visitó a Alexéi Pushkov, presidente de la comisión de Asuntos Internacionales de la Duma y notorio ultraputinista.
Este giro hacia Rusia puede parecer inexplicable, ya que las raíces ideológicas del putinismo no están claras. Después de todo, no se caracteriza tanto por lo que defiende como por lo que ataca: Occidente y la democracia al estilo occidental, el liberalismo, el comunismo y el individualismo.
De hecho, la atracción que sienten los partidos de extrema derecha de Europa occidental por la agenda negativa de Putin se entiende mejor en relación con otra antiideología autoritaria: el fascismo de Benito Mussolini. Según un ensayo de 1932 titulado La doctrina del fascismo, escrito por Mussolini junto con el filósofo Giovanni Gentile, el fascismo se opone a la democracia, al socialismo, al liberalismo y al individualismo (además del bolchevismo, el parlamentarismo, la masonería, el pacifismo y el igualitarismo).
Pero aunque el putinismo y el fascismo italiano compartan esta característica poco común (oponerse al mismo tiempo a la ideología comunista y a la democrática), hay una distinción importante en lo que atañe al segundo aspecto. Mussolini declaró formalmente el carácter antidemocrático del fascismo, pero Putin no rechaza abiertamente la democracia, ni defiende explícitamente la idea de un Estado de partido único. En cambio, asegura haber instituido una democracia controlada o soberana, un sistema que al impedir la alternancia en el poder, instituye el monopartidismo en los hechos, aunque no lo haga en principio.
En este sentido, el putinismo puede servir como modelo para los partidos de extrema derecha, que en la Europa de después de la Segunda Guerra Mundial no pueden defender abiertamente un régimen autoritario o un sistema de partido único. De hecho, el putinismo está ofreciendo una demostración de cómo manipular al servicio de objetivos autoritarios las reglas de la democracia parlamentaria (a las que desde el final de la Segunda Guerra Mundial todos los partidos políticos de Europa se han debido ceñir).
La imagen pública de Putin, la de un aventurero fuerte y viril, fotografiado pescando y cazando sin camisa, refuerza su atractivo como líder poderoso y carismático. (Así como a Mussolini lo filmaban cosechando maíz con el torso desnudo). Y hay un claro paralelismo entre la estrecha relación de Putin con la Iglesia ortodoxa rusa, conservadora y ultranacionalista, y la conexión del Frente Nacional con círculos católicos integristas.
Además, la extrema derecha de Europa occidental puede tomar como ejemplo el manejo que hace Putin de su organización juvenil, el movimiento Nashi. A diferencia de la Komsomol de la Unión Soviética (que para cuando la URSS se derrumbó ya casi no servía como herramienta ideológica del Partido Comunista), el Nashi está acusado de hostigamiento de diplomáticos y opositores del régimen, lo que lo acerca más a las Juventudes Hitlerianas o, incluso, a los camisas negras de Mussolini. Y aunque el Nashi parezca más que nada una colección de vándalos inadaptados, lo cierto es que como complemento de su adoctrinamiento ideológico ultranacionalista, sus miembros reciben entrenamiento paramilitar.
El putinismo ofrece un modelo ingenioso y eficaz de un régimen autoritario de derecha capaz de funcionar dentro de las restricciones sociopolíticas de la Europa moderna, y la extrema derecha de Europa occidental parece ansiosa por imitarlo. Esperemos que estas fuerzas no hagan causa común con los más inescrupulosos de entre los líderes políticos europeos de vertientes más moderadas.
26-IV-13, Marcel H. van Herpen, director de la Cicero Foundation, autor de ‘El putinismo: lento ascenso de un régimen de derecha radical en Rusia’, lavanguardia