España cañí -117: una ciudadanía que se roba a sí misma

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Cuando, hace lustros, instalaron en Barcelona el nuevo modelo de papelera que ahora es mayoritario en sus calles, colocaron ceniceros en una de las patas que la sujetan al suelo. Esas patas llevan dos pequeños ejes que permiten que los que las limpian puedan girar la papelera hasta verter en un capazo lo que hay dentro. Que esas papeleras nacieron predestinadas al fracaso es evidente, porque al cabo de un tiempo les pusieron bolsas de basura de plástico, generalmente negras o grises, pero también azules, de un azul claro espeluznante. Supongo que decidieron no hacer caso de la idea inicial porque así les resulta más fácil (y quizá más limpio) vaciarlas. Pero sucede que, cuando hay viento, como en la pared del cilindro hay agujeritos, la bolsa se revuelve. Eso hace que todo lo que hay dentro se esparza por el suelo y la bolsa quede ondeante al viento, cual bandera del absurdo y del diseño mal entendido. ¿Por qué crearon una papelera con la pared agujereada si, después, el viento hace volar esas bolsas que en principio no deberían estar ahí?

La última gran desgracia de esas papeleras son los ceniceros antes mencionados. Eran perfectos, del mismo color que las papeleras, y permitían que la gente, cuando acababa un cigarrillo, terminase de apagarlo contra la rejilla que había y, luego, tirase la colilla por uno de los agujeros que había justo debajo. Ahora, ceniceros de esos se ven poquísimos. La mayoría ha desaparecido. Es evidente que los arrancan, probablemente los mismos hombres que van por la ciudad con carros de súper cargados hasta los topes, los mismos que recogen toda pieza de metal que tengan a su alcance, sea en los contenedores o, si es necesario, en los portales de las casas: picaportes, embellecedores... Los ceniceros de las papeleras son facilísimos de forzar, y pesan bastante, y los chatarreros compran cualquier cosa de metal sin hacer preguntas. Ahora, los encargados de mantener las papeleras ya no restituyen los ceniceros que arrancan. Simplemente ponen, con remaches, pequeños círculos que permiten apagar la colilla y tirarla a la papelera, donde en pura lógica no debería ir jamás. Los círculos también los arrancan, por cierto, por remaches que lleven.

21-VI-13, Quim Monzó, lavanguardia