"Humpty Dumpty, el rey", Xavier Antich

Uno de los personajes más populares con que se encuentra Alicia es Humpty Dumpty, aquel tarambana del cuerpo con forma de huevo. En medio de una conversación delirante, Humpty Dumpty le dice a Alicia: “Cuando yo uso una palabra, quiere decir exactamente lo que yo decido que diga, ni más ni menos”. Y ante las dudas de Alicia (“la cuestión es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”) no duda en corregirla: “La cuestión es quién manda; con eso, hay bastante”. Y, como él manda, inventa palabras nuevas y cambia significados para las que ya existen. Con ello, el lenguaje deja de ser un instrumento de comunicación porque el significado de las palabras cambia arbitrariamente en función de quien las usa y, claro está, de quien manda: es decir, de quien otorga significado nuevo a las palabras viejas. Pero si las palabras no tienen significado claro y predefinido, entonces nadie miente. Sólo hace falta que las palabras dejen de significar aquello que significaban para vaciarlas y llenarlas de nuevo a conveniencia.

Manipular las palabras para que dejen de decir aquello que revelan y convertir el lenguaje en una red trenzada de eufemismos que no sólo esconden la realidad de las cosas sino que las tergiversan hasta hacerlas irreconocibles es todavía peor que mentir. Porque, si ya no hay acuerdo sobre lo que las palabras dicen, cualquier acuerdo sobre cualquier cosa se convierte, lógicamente, en imposible. Pudrir las palabras hasta el extremo de que todo valga y que, de cualquier cosa, se pueda decir arbitrariamente lo que no es, destroza, y eso es muy grave, la credibilidad en el propio lenguaje y en los fundamentos de la comunicación, que son la base de la relación social.

22-VII-13, Xavier Antich, lavanguardia