"Filosofía del escote", Sergi Pàmies

Por razones climatológicamente obvias, estos días abundan los escotes. Los hay de todo tipo y mi intención no es interpretar la exuberante casuística de estos abismos carnales, sino plantear una cuestión que lleva décadas preocupándome. ¿Cuál debe ser la actitud de un hombre en presencia de un escote femenino? ¿Mirar? ¿No mirar? ¿Mirar fingiendo que no está mirando? En esta materia, durante muchos años he aplicado la doctrina Testi. El actor Fabio Testi sedujo a Ursula Andress y ella contaba que se enamoró de él porque, a diferencia de los hombres que había conocido hasta entonces, Testi no le miró los pechos sino los ojos. Sospecho que Testi se obligó a reprimir su instinto, una reacción de contención que, por respeto, muchos hombres tienen ante un escote irrefutable. Tácitamente, se entiende que en esta circunstancia lo que debes hacer es no mirar de entrada y después, si te apetece, admirarlo con discreción (por cierto: la doctrina Testi funciona sobre todo si eres Testi).

En el 2004, la periodista francesa Monique Ayoun publicó un libro divertido y oportuno, Histoire de mes seins. Entre otras anécdotas sobre su biografía pectoral, Ayoun describía las miradas que suscitaban sus pechos, especialmente voluptuosos. Contaba que las miradas de los hombres eran precisas, fascinadas, soñadoras, asesinas o como caricias. Las de las mujeres, en cambio, eran miradas de inspección, inquisidoras, despreciativas o acusadoras. Pasados los años, el protocolo sobre cuál debe ser nuestra actitud ante un escote sigue sin resolverse. Si lo ignoras, parece que lo desprecies. Si le haces la ola, quizás estés siendo sincero y espontáneo pero quedarás como un garrulo de la España de Alfredo Landa.

 

Por progreso evolutivo, hemos aprendido que las razones para llevar escote pertenecen a la intimidad de la mujer que decide lucirlo. Por eso sería bueno aclarar hasta qué punto se trata de un recurso estrictamente privado o de un elemento de comunicación sobre el cual los demás también podemos manifestarnos. Por eso propongo que La Vanguardia, siempre atenta a los intereses reales del país (de qué lado colgar el rollo de papel o la conveniencia de llevar calcetines de rombos), acoja un debate público sobre una cuestión tan relevante como el escote. Las opiniones de los hombres serán bienvenidas, pero sería más interesante saber qué opinan las mujeres y cuáles son las normas de urbanidad que proponen y sugieren en materia de escote.

Para acabar, una reflexión del libro de Ayoun comentando el poder termostático de sus pechos: “Poco a poco aprendí a utilizarlos como una brújula. Huía sistemáticamente de los hombres demasiado obnubilados por mis pechos. Se convirtieron en un excelente barómetro de la sexualidad masculina. Todo dependía del grado de interés que mostraban: ningún interés, mal asunto; demasiado interés, sospechoso”.

4-VIII-13, Sergi Pàmies, lavanguardia