¿porqué, para qué, decidieron que los contribuyentes ’rescatásemos’ los bancos?

Los irlandeses están hartos de que les hablen de milagros. Del “milagro económico” que convirtió los pisos del barrio dublinés de Ballsbridge en más caros que los de Manhattan, que se apoyó en los cimientos de barro de la corrupción política y una burbuja inmobiliaria como la española. Y del actual “milagro de la recuperación austera”, pregonado como modelo a seguir por los tecnócratas de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI), otro sin sentido. Los números pueden ser manipulados, pero la realidad no.

Y la realidad, en la Irlanda del verano del 2013, es que el índice de paro permanece estancado en el 14% a pesar de una caída de sueldos, pensiones y poder adquisitivo de las familias en torno al 20% para “aumentar la competitividad”. Y en barrios como Knocknaheeny, en Cork, llega hasta el 49%. Lo cual es significativo porque a la vuelta de la esquina se encuentra una de las principales sedes internacionales de Apple, que utiliza Irlanda como tapadera para no pagar impuestos (o los menos posibles).

Tan sólo las subsidiarias irlandesas de Apple disponen de inversiones y efectivo por valor de 75.000 millones de euros, una suma suficiente para devolver el dinero del rescate y resolver de un plumazo la crisis del país. “Nunca han hecho nada por nosotros –se lamenta Eileen Stokes–. Contratan muchos trabajadores extranjeros y les pagan lo menos posible”. Un estudio del profesor Stephen Shay, de la Universidad de Harvard, indica que cada empleado de la multinacional en el campus de Cork genera más de 7 millones de euros anuales en beneficios, pero está pagado por debajo de la media.

El gobierno que encabeza el primer ministro Enda Kenny se aferra sin embargo a la condición irlandesa de paraíso fiscal encubierto, y ha resistido todas las presiones de Bruselas para que adecue su impuesto de sociedades (del 12,5%) a la media europea (22,4%). “Si bien es cierto que directamente sacamos muy poco o nada de las ganancias de grandes corporaciones como Apple, Facebook, Microsoft o Google, generan 150.000 puestos de trabajo, un 8,5% de la fuerza laboral –señala el economista Stephen Bent–. Además, sus ejecutivos se tienen que gastar aquí buena parte de sus fabulosos sueldos, comprar casas y coches, estimulando así el consumo interno”.

Irlanda depende cada vez más de las exportaciones, que el año pasado sumaron 171.000 millones de euros. Si no fuera por ellas, el PIB habría caído un 20% desde el 2010.

La recaída de Irlanda en la recesión (una contracción del 0,6% por ciento en el último trimestre) ha sido un duro golpe para Kenny, y para todos aquellos empeñados en convertir Irlanda en un ejemplo de que “la austeridad funciona”. Los brotes verdes –ojo al parche– nunca han llegado a germinar. El valor de las propiedades inmobiliarias (la pensión de muchas familias) ha caído hasta un 60%, y aún no ha tocado fondo. El déficit presupuestario proyectado para el conjunto del 2013 equivale a un 7,5% del PIB a pesar de todos los recortes, y la deuda pública se ha disparado hasta un 120% del PIB. Los bancos, rescatados en masa por los contribuyentes hace tres años con un crédito de 85.000 millones de euros, no prestan dinero.

Los apóstoles de la austeridad se agarraban hasta ahora a un clavo ardiendo para defender su modelo, y presentaban e crecimiento del 1,4% en el 2011, y de un raquítico 1% el año pasado, como prueba definitiva de que había que seguir por ese camino. El gobierno, conservador y disciplinado, les hizo caso y propinó una nueva bofetada a la ciudadanía, con un paquete adicional de recortes e impuestos. Pero ya ni siquiera los números sostienen esa falacia. Mientras Alemania y Francia crecen, Irlanda se hunde cada vez más.

Emily Gallagher es uno de los 90.000 irlandeses –un 2% de la población– que emigró en el 2012, y no tiene perspectivas de volver. “Me fui a Australia con una amiga –explica– para ver cómo pintaban allí las cosas. Entramos con un visado que permite hacer turismo y trabajar un año, nos pasamos tres meses empaquetando fruta en Queensland, y ahora vamos a solicitar el permiso definitivo de residencia. Nuestras familias se lamentan de que estemos tan lejos, pero nos cuentan que todo va de mal en peor”.

Los irlandeses –jóvenes y no tan jóvenes– han vuelto a emigrar, como en los viejos tiempos. Los destinos favoritos son Inglaterra, Estados Unidos y Australia. “En Sydney encajamos perfectamente –dice Nicola Ahern, que trabaja en un hotel de esa ciudad y ha venido unos días a Cork para ver a sus padres–. Tenemos la misma cultura, estamos bien formados, y somos el prototipo de extranjero blanco que les gusta, porque allí también hay cada vez más prejuicios y xenofobia. Con un paro de sólo el 5%, encontrar curro es fácil. Les caemos simpáticos, y tenemos una red para ayudarnos los unos a los otros”.

“No hay color –señala Bobby Rourke, que se gana la vida como carpintero–. La elección consiste en vivir en el culo del mundo pero con un sueldo más que decente y la sensación de que hay futuro, o en Irlanda, con la mejor cerveza del mundo pero políticos corruptos, banqueros que se han llevado el dinero y sin perspectiva”.

“El proyecto de regeneración urbana más exitoso de Europa”, saluda un cartel a la entrada del centro comercial de Ballynum, en Dublín. En realidad, se trata de uno de sus mayores fracasos, una víctima más de los excesos de la burbuja inmobiliaria. Viviendas abandonadas e invadidas por los hierbajo, pubs convertidos en pequeñas fortalezas, con más medidas de seguridad que una comisaría de policía de Belfast. “Todo lo que ha hecho el Gobierno es ayudar a sus amigos constructores y banqueros, mientras que a mí me ha bajado el sueldo de 1.000 a 800 euros”, se queja Tom Redmond, enfermero en un hospital público.

En el 2006 se concedieron 200.000 hipotecas. En lo que va de año, no llega a 5.000, y eso que los precios se han desplomado. En Malahide, un pintoresco pueblecito costero (el Sitges de Dublín) donde viven el actor Brendan Gleeson y el cantante Ronan Keating, el restaurante italiano de toda la vida ha cerrado, y la mitad de los yates están en venta.

“La destrucción de riqueza es monumental –opina el economista Darren Cronin–. El 20% más rico sigue tan campante, pero la clase media está siendo aniquilada a base de impuestos y recortes. Muchos invirtieron sus ahorros en acciones de su banco de toda la vida, y lo han perdido todo. A toda esta gente le resulta muy difícil creer que las cosas volverán a ser como eran. Se sienten estafados, su fe en el sistema ha muerto. Saben que no va a haber milagro”.

19-VIII-13, R. Ramos, lavanguardia