(silenciada y escondida) dualisexualidad: Estados Unidos, mal; Reino Unido, bien

“En EE.UU. se les aplica cirugía, creyendo que eso les facilitará la vida.
Me interesaba esa paradoja: los padres que mutilan a su hijo por amor.
Los hospitales británicos hacen lo contrario: prohibida la cirugía, es una agresión innecesaria.
Se puede esperar a ver qué quiere hacer esa persona de adulto o se puede convivir con eso.
Esa gente está bien así y hay que aceptarlos. No es ninguna disminución”.

A partir de noviembre la ley alemana permitirá a los padres dejar en blanco la casilla “sexo” al rellenar un certificado de nacimiento. La posibilidad se ha pensado para incluir a los niños que nazcan con características sexuales hermafroditas, es decir, a la vez masculinas y femeninas, que no permiten una clasificación clara.

Las anomalías genitales y diversas variantes de intersexualidad afectan en diversa medida hasta a uno de cada 2.000 niños, de acuerdo con un informe del American Journal of Human Biology. En algunos casos esas anomalías pueden llevar a confusión o suscitar dudas sobre el sexo de un niño. Según datos barajados por la prensa alemana, en Alemania se producen anualmente unos 400 casos de niños cuyo sexo no puede ser definido claramente en el momento de su nacimiento.

El cambio legislativo se ha realizado a través de una enmienda introducida en el Código Civil, después de que el tribunal constitucional alemán sentara jurisprudencia al sentenciar que si una persona “siente profundamente y así lo vive” un sexo determinado, pueda elegir por sí misma su identidad sexual.

Esta novedad permitirá a la gente de sexo indeterminado no ser clasificada prematuramente como hombre o mujer, circunstancia que ha dado lugar a muchos traumas y desgracias personales, sino decidir por sí misma el asunto una vez haya aclarado su identidad y reflejarlo así en su certificado de nacimiento.

La ley contempla la posibilidad de mantener ese aspecto indefinido, lo que ha llevado a algunos medios de información a utilizar periodísticamente el término “tercer sexo”, del que Alemania sería país pionero en Europa.

Otros países como Australia y Nueva Zelanda introdujeron en el 2011 y el 2012, respectivamente, la posibilidad de no especificar el sexo del recién nacido en su certificado de nacimiento, por el procedimiento de tachar la casilla correspondiente con una letra “x”. La ministra de Justicia y algunos observadores auguran que esta novedad implicará otras reformas.

21-VIII-13, R. Poch, lavanguardia

La británica Abigail Tarttelin (Grimsby, 1987) responde a las preguntas con una convicción y gestualidad que hace fácil adivinar que, además de narradora, es actriz profesional (cine, teatro, televisión...). Ha pasado por Barcelona para presentar su segunda novela, El chico de oro (Ediciones B), protagonizada por un adolescente hermafrodita o, mejor dicho, intersexual, porque, como aclara, “la palabra hermafrodita nos remite a una criatura mítica con los dos sexos a la vez y capaz de autofecundarse, pero no es muy exacta para hablar de personas que viven hoy en día, con normalidad”. La intersexualidad es mucho menos épica: se trata de una discrepancia entre el sexo cromosómico con las gónadas y genitales, lo que dibuja una amplia casuística de características masculinas y femeninas en una misma persona, siendo la más vistosa la que hace coincidir una hendidura vaginal con un órgano eréctil.

La idea le vino tras ver XXY, una película sobre el tema de la argentina Lucía Puenzo. “Aquel verano había leído también Mujeres de Marilyn French y Middlesex de Jeffrey Eugenides. Me interesaba situar a un intersexual en una familia normal, yendo al instituto, y que además fuera atlético y atractivo, porque en la ficción suelen verse en entornos lejanos, disfuncionales o míticos, y quería hacerlo accesible”. Diversos personajes –entre ellos, el Chico de Oro, Max– narran la historia en primera persona.

Enseguida se dio cuenta de lo siguiente: “La investigación sobre el tema no me aportaba gran cosa, porque yo quería mostrar a Max como ser humano, olvidarme del género. Es un libro sobre ser diferente, lo de menos es la causa”. La obra plantea la posibilidad de escoger el sexo como adulto. “La identidad sexual viene más definida social y culturalmente que por los genes. Nos imponen clichés sobre lo que debe hacer o sentir cada sexo”.

Contra lo que suele creerse, a veces son las sociedades más sofisticadas las que tienen mayores prejuicios, dice. “Crecí en un medio rural conservador –prosigue–, y allí la mayoría de mis amigos eran chicos y no había ninguna diferencia entre nosotros. Cuando nos trasladamos a Londres fue un choque, pues, al parecer, mi género marcaba una frontera radical entre los chicos y yo: tenía que comportarme de un modo nuevo y empecé a experimentar la intimidación sexual y la agresión. Max crece como chico, pero cuando de repente empieza a ser maltratado, entiende lo que es la subyugación y emerge su parte femenina”. Hay una escena muy dura, la de la violación, pero la autora cree que “no es correcto explicar algo así de paso”.

Saber cuántos intersexuales hay es una tarea difícil. “Se dice que una persona de cada 2.000, porque esa es la estadística de los hospitales de EE.UU. con equipos de asignación de sexo, pero no tiene en cuenta a la mayoría que no presenta órganos externos tan ambiguos como para que su sexo tenga que ser decidido por el médico. Teniendo en cuenta esos grados, sería el 1%”.

La novela muestra, asimismo, el debate sobre la cirugía. “En EE.UU. se les aplica, creyendo que eso les facilitará la vida. Me interesaba esa paradoja: los padres que mutilan a su hijo por amor. Los hospitales británicos hacen lo contrario: prohibida la cirugía, es una agresión innecesaria. Se puede esperar a ver qué quiere hacer esa persona de adulto o se puede convivir con eso. Esa gente está bien así y hay que aceptarlos. No es ninguna disminución”.

¿Por qué se ambienta en un instituto, donde sobrellevar esa marginación parece aún más difícil? “Sí y no –responde–, porque a esa edad todos nos sentimos diferentes y nos aterroriza saltar al mundo adulto”.

21-VIII-13, X. Ayén, lavanguardia