¿a quién, y en qué, beneficiaría un ataque al régimen sirio?

  Con absoluto desprecio por la misión de los observadores de la ONU en Siria, antes de que dieran cumplida cuenta de sus trabajos para verificar quién y cómo se efectuaron los ataques de armas químicas, la Administración Obama y sus aliados europeos, ya habían decidido su respuesta. La diplomacia vaticana ha sido la única entre la de los estados occidentales que ha pedido que se esperase el resultado de las investigaciones emprendidas antes de adoptar ninguna acción. Si no estuviese presente en la memoria colectiva –por corta que sea– la culpable decisión adoptada por casi los mismos gobiernos de ahora, de destruir Iraq basándose en afirmaciones fraudulentas de que el régimen de Sadam Husein disponía de armas atómicas, químicas, bacteriológicas, esta precipitación sería menos alarmante.

FUENTE: Reuters, Google Earth y elaboración propia
LA VANGUARDIA

“Cada minuto cuenta”, ha dicho el secretario general de la ONU, Ban Ki Mun. Pero esto no puede interpretarse como una invitación ciega a las represalias armadas contra el régimen de Bashar el Asad, a quien acusan de haber utilizado gases en la Guta damascena, mientras otros poderes señalan a los rebeldes como sus responsables. Actuar antes de que sean sometidas las pruebas de la inspección a los órganos competentes es una lamentable violación del ordenamiento jurídico-político internacional.

Es evidente que EE.UU. y sus aliados ya tenían decidida su acción. Pero, como la situación en Siria es tan laberíntica como explosiva, la respuesta planeada ya no trata de derribar al régimen, ni de asestarle un golpe definitivo, sino de castigarle. por su conducta respecto a su población civil. Todos se horrorizan, a los dos años de esta guerra, resultado de las injerencias internacionales, de que la alternativa a Bashar el Asad sea una dictadura islamista de los grupos más tenebrosos, para los que los alauíes –escisión de los chiíes– son más apóstatas que los propios judíos y cristianos, y deben ser sometidos a su anhelado califato medieval y sanguinario.

No es tampoco tarea fácil para el presidente Obama configurar la naturaleza, extensión y profundidad del castigo. La aplicación de la pena no puede ser ni muy aplastante ni sólo ejemplar. Los analistas que conocen a fondo esta inextricable realidad siria, que desafía esquemas preconcebidos muy en boga en Occidente, donde se ha subestimado la resistencia de El Asad explican, por ejemplo, que tras el éxito de la batalla de Qusair, el régimen preparaba una ofensiva en la periferia de Guta para erradicar a los guerrilleros del grupo salafista del Frente Al Nusra, infeudado a Al Qaeda. Afirman que es su brigada Al Baraa la que escolta a los observadores de la ONU en su inspección en la zona rebelde, a expensas del Ejército Libre Sirio, desplazado por los salafistas. El tema del empleo de las armas químicas serviría, a su juicio, para detener la ofensiva y permitir a los grupos de la oposición tomar aliento y reorganizarse. Según otras opiniones, el régimen podía haber usado estas armas perversas para frenar el avance de los insurrectos sobre los alrededores de la capital.

Todo es confuso, mixtificado, en esta guerra tan difícil de describir y que ha cavado la sepultura a la información. La fórmula ideal del presidente Obama, desechada una y otra vez una intervención armada en el terreno de consecuencias catastróficas para Oriente Medio, sería encontrar un justo equilibrio del debilitamiento del régimen, evitando el éxito de los extremistas yihadistas que tienen, con los petrodólares, las armas y el oscurantismo religioso de las monarquías del Golfo, el viento en popa.

En Iraq llamaban a los ataques estadounidenses darbat, golpes. Si el régimen de El Asad queda expuesto a sus castigos, si el miedo a los ataques occidentales está a flor de piel de sirios y libaneses, que temen también sus daños colaterales, la posición de la Administración Obama no deja de ser complicada. Una acción muy contundente podría provocar, por ejemplo, el incremento de la hostilidad de Irán, que ya ha proferido sus amenazas tanto contra EE.UU. como contra los gobiernos árabes que fomentan el sunismo retrógrado y belicoso. Una respuesta sopesada, moderada, como los ataques aéreos de 1980 contra la Libia de Gadafi y más tarde las bases de Al Qaeda en Nigeria y en Sudán, sólo podría satisfacer a medias sus anhelos de justicia. Siria se ha convertido en un infierno para todos.

29-VIII-13, T. Alcoverro, lavanguardia