changing the world, la lección de Malala Yousafzai

"One child, one teacher, one book, one pen can change the world” (un niño, un maestro, un libro, una pluma pueden cambiar el mundo). La frase de Malala Yousafzai en las Naciones Unidas, el pasado 12 de julio, resume la lucha de esta adolescente pakistaní en defensa de la educación como arma de futuro. Malala, a sus 16 años, hablaba desde la experiencia: el 9 de octubre del 2012 recibió varios disparos en la cabeza y el cuello cuando regresaba a su casa en el autobús escolar de Mingora, en el valle de Swat, donde los talibanes habían prohibido la asistencia de las niñas a la escuela... La joven, que se recuperó de sus heridas en un hospital de Birmingham, donde reside en la actualidad, sabe que el mayor temor de los extremistas es la educación de las mujeres: son las abanderadas del islam de las luces frente al islam de las tinieblas. Ahora acaba de recibir el premio Sájarov a la libertad de conciencia.

“El Parlamento Europeo reconoce la fuerza increíble de esta joven. Malala defiende con valentía el derecho de todos los niños a recibir una educación justa... Cerca de 250 millones de niñas en todo el mundo no pueden ir a la escuela. El ejemplo de Malala nos recuerda nuestro deber y responsabilidad respecto al derecho a la educación de los niños. Es la mejor inversión de futuro”, enfatizó el presidente de la Eurocámara, Martin Schulz, al anunciar el galardón. En su discurso en la ONU, justo en el día en que cumplía 16 años, Malala impresionó a los asistentes cuando aseguró que incluso si hubiese tenido una pistola no habría disparado contra el talibán que intentó asesinarla: “Es algo que aprendí de Mahoma, el patrimonio que recibí de Martin Luther King y de Nelson Mandela, la filosofía de la no violencia que aprendí de Gandhi y de la madre Teresa, el perdón que aprendí de mi padre y de mi madre”.

Malala ha guardado de aquella experiencia trágica “la cantidad de amor” recibido durante su convalecencia. Su lección nos interpela a todos... Hay un signo, que a menudo se obvia en las crónicas: el hecho de que siempre aparece tocada con un pañuelo a lo Benazir Bhutto, la ex primera ministra de Pakistán asesinada en el 2007. Porque Malala –esa adolescente apasionada por el cricket y la política, como explicaba un reportaje de Rafael Ramos desde Birmingham– acude cada día a un colegio público, donde es una magnífica estudiante que suele sacar sobresalientes: “Lo mejor de todo es que aquí puedo ser una chica absolutamente normal”. Esa normalidad no la podría vivir con la misma intensidad en otros países europeos, como es el caso paradigmático de Francia, donde tras una larga polémica se prohibió el uso de signos religiosos en la escuela pública, con el llamado fular, velo o pañuelo islámico como telón de fondo.

En efecto, el 17 de diciembre del 2003, el presidente Chirac hizo suya una recomendación de la llamada comisión Stasi para prohibir por ley el uso de los signos religiosos ostensibles (velo islámico, kipá, cruz de dimensiones excesivas...) en la escuela pública. Aquella ley cosechó el aplauso general, a excepción de unos pocos que alertaron del riesgo de que reforzase los males que la norma pretendía combatir: la pérdida del papel de la escuela pública como “cuna de la República” para convertirla en “santuario de la República”, en expresión utilizada entonces por Jacques Chirac. Una de las voces discrepantes fue la de Jean Baubérot, catedrático de Sociología y Laicidad y miembro de la comisión Stasi, que se abstuvo de votar la propuesta: “En contra de lo que se cree, nuestra política está más guiada por la emoción y por el miedo que por la razón”.

La promoción de la laicidad debe saber distinguir aquello que no es negociable –los derechos y deberes compartidos, la salvaguarda del orden público...– de aquello que puede inscribirse en un proceso recíproco de adaptación que evite tanto actitudes estigmatizadoras como buenistas. Baubérot destacaba que se daban todos los indicadores para que las jóvenes francesas de confesión o tradición musulmana iniciasen el camino hacia su emancipación: una escolarización más larga, un matrimonio más tardío, menor número de hijos que la generación precedente, paulatina entrada en el mercado laboral... “Para ayudarlas a superar este obstáculo difícil, debemos saber que no todas van a emanciparse de igual modo y que algunas pueden hacerlo llevando, sin agresividad, un signo ostensible, adjetivo que según el diccionario Petit Robert, significa: ‘Que puede mostrarse en público sin inconveniente’” ( Le Monde, 4-5/I/2004). Sí, como el pañuelo que luce Malala Yousafzai.

En esta línea argumental se expresó Barack Obama en su discurso en la Universidad de El Cairo (4/VI/2009). El presidente esgrimió su propia trayectoria vital para concluir: “Es importante que los países occidentales eviten impedir a los musulmanes la práctica de su religión como lo desean, por ejemplo, dictando lo que una musulmana debe vestir. En una palabra, no debemos disfrazar la hostilidad hacia la religión bajo manto de liberalismo... Sé bien que esta cuestión suscita un sano debate. Discrepo de la opinión de algunos según la cual una mujer que escoge cubrirse la cabeza es menos igual, pero tengo la convicción que una mujer a la que se priva de educación está privada de igualdad”.

Luego vendrían las primaveras árabes, hoy marchitas por el otoño sangriento de Egipto, pero el mensaje de Malala es una lección universal. Invertir en educación es invertir en futuro: ...un libro, una pluma pueden cambiar el mundo.

19-X-13, Rafael Jorba, lavanguardia