"Cuestión de química", Alfredo Abián

El general vietnamita Vo Nguyen Giap ha muerto a los 102 años probablemente desternillándose de risa. Y es que una semana antes de su deceso el Comité Nobel Noruego designó como Nobel de la Paz de este año a la autodenominada Organización para la Prohibición de las Armas Químicas. Un ente con sede en La Haya y de su cuya existencia prácticamente se enteró la humanidad cuando se le encomendó hace un mes la destrucción del arsenal químico del Gobierno sirio. De hecho, la OPAQ fue creada en 1997, sólo después de que Estados Unidos y Rusia firmasen el enésimo y último tratado para eliminar el armamento químico. La primera convención fue suscrita hace más de un siglo, pero hemos seguido gaseando a militares y civiles por todo el planeta. España, por cierto, fue pionera en “asfixiar indígenas”, como se decía entonces, al emplear masivamente gas mostaza en la guerra del Rif (1921-1927). Desde entonces ha resultado conmovedora la sensibilidad de los gobernantes para no hacernos inhalar a la fuerza cualquier elixir de la muerte, sea gas sarín, ántrax u otro brebaje que no engulliría a escondidas ni un pigmeo en huelga de hambre. Pero de la misma manera, es loable el empeño que las grandes potencias ponen en matar a los malos. El general Giap, por ejemplo, derrotó sucesivamente entre 1954 y 1975 a los ejércitos francés y estadounidense, no sin antes observar cómo el tío Sam devoraba centenares de miles de hectáreas de vegetación con su gas naranja o convertía en cenizas al viet con el fuego purificador del napalm. Ahora se emplean bombas de fragmentación, munición de uranio empobrecido (imagínense el enriquecido) y otro tipo de armamento rotundo que te tritura con un gran dignidad y sin necesidad de que te ataque un grosero agente nervioso.

21-X-13, Alfredo Abián, lavanguardia