"La bandera de las víctimas", Francesc-Marc Álvaro

Soy amigo de algunas personas que, en su momento, estuvieron en las listas de objetivos de la organización terrorista ETA. Esta circunstancia me permitió considerar algunos aspectos que, si te miras el problema de lejos, nunca acabas de ver. Por ejemplo, que las personas amenazadas y las víctimas no piensan todas lo mismo aunque todas estén forzosamente vinculadas por la decisión criminal de los terroristas. Por ejemplo, que no todas las víctimas reales o potenciales del fanatismo armado tienen la misma actitud ante los presos de ETA y el entorno que los acompaña; hay muchos matices, aunque no se divulguen. Por ejemplo, que no todo el mundo que ha tenido que mirar los bajos del coche cada día o todo el mundo que ha perdido a un familiar en un atentado considera que deba hacer constantes apariciones para ir a favor o en contra de un gobierno u otro, según la temporada.

Transformar la indignación, el malestar y el trauma de las víctimas del terrorismo en material para la batalla electoral no es una buena receta. Como tampoco lo es prometer medidas penitenciarias que se sabía que, tarde o temprano, serían discutidas o anuladas por instancias que modifican la legalidad interna española. Muchos penalistas habían advertido hacía tiempo que la doctrina Parot era un sistema inadecuado para conseguir que los condenados salieran lo más tarde posible de la cárcel.

En un viaje a Israel, tuve ocasión de reunirme con representantes de varias organizaciones de víctimas de terrorismo y de voluntarios que trabajan en la superación de estos episodios; nadie describió un escenario como el español, en el cual hay asociaciones de víctimas enfrentadas en clave partidista y también algunos políticos especializados en la sobreactuación y el cultivo oportunista de un dolor que merece respeto, tacto, resarcimiento, solidaridad y justicia. Y la justicia, en democracia, no puede ser venganza, aunque es comprensible que las víctimas tengan sentimientos de este tipo. Pero el Estado no puede operar a partir de estas percepciones individuales, tiene el deber de ir más allá para ser eficaz, creíble y legítimo en todas las situaciones extremas que debe resolver, también las más chocantes.

Robert Manrique, expresidente de la Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas y víctima del atentado de Hipercor, decía el miércoles en RAC1 que “las víctimas no tenemos que ir todas detrás de la misma bandera”. Es una manera excelente y clara de resumir los límites políticos de una figura como la víctima, que debe ser protegida de las polémicas y los tacticismos. Y resulta paradójico que los que más excitan hoy los ánimos de las víctimas de ETA sean los mismos que más callan siempre cuando se trata de saber sobre los muertos y los torturados durante el franquismo.

25-X-13, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia