selección de baloncesto paralímpico FEDDI español: un oro pútrido y emético

   Confieso que una sentencia hecha pública la pasada semana me ha dejado literalmente anonadado, digo más, avergonzado. No me jacto de ingenuo, todo lo contrario, pero yo creí que eso no se daba desde la época del Lazarillo de Tormes, que no era precisamente un deportista. Las medallas de oro conseguidas por España en los Juegos Paralímpicos de Sydney del año 2000 fueron obtenidas mediante estafa, timo, engaño y ofensa a todos los paralímpicos del mundo, que son aquellos afectados de alguna deficiencia física o psicológica que compiten en condiciones de excepción.

En el año 2000 se presentó en Sydney, en la modalidad de baloncesto, un equipo español de supuestos paralímpicos –sólo había dos, entre un conjunto de doce jugadores–, dirigidos por un chorizo, no creo que haya otro nombre y no cabe el “presuntamente”, por nombre Fernando Martín Vicente, presidente entonces de la Federación Española de Discapacitados Intelectuales (Feddi). La estafa se pudo hacer con la ayuda de una psicóloga, Laura del Peso, de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, con más títulos académicos en su currículum que Bertrand Russell –y que no señalo aquí porque ocuparían medio artículo para oprobio del gremio–, y la pedagoga Marian Viescas, de quien aseguraban que se trataba de otra autoridad en su materia.

  Ganaron a todos y de qué modo. Contra China tuvieron que parar porque llevaban un 30 a 0, y el chorizo jefe, o su ayudante, el entrenador, les advirtieron que bajaran el pistón porque se podía descubrir el pastel. En la final estaban impresionados porque Rusia se lo estaba poniendo difícil cuando detectaron que dos de los baloncestistas no debían ser deficientes psíquicos, “porque jugaban muy bien”, lo cual dice mucho de la capacidad deportiva de nuestros compatriotas, inquietos ante un adversario que intuían que había engañado con dos supuestos “deficientes psíquicos”, cuando ellos tenían diez.

Toda esta historia me produce una desazón infinita. No sólo por la estafa y la impunidad con que actuaron, sino porque es un hecho nada presunto sino evidente y probado, ocurrido en el año 2000 y que acaba de ser juzgado ahora, trece años más tarde, que ha sido sentenciado como una muestra más de la inquietante levedad que genera la ley del embudo en nuestra egregia judicatura. Todos absueltos salvo el chorizo responsable, que habrá de pagar 5.400 euros de multa.

Pero la cosa tiene su miga, porque el objetivo era conseguir subvenciones y soportes publicitarios que en ningún caso llegaron a los deportistas “paralímpicos” de verdad, sino a los intereses del jefe. ¡Si uno es capaz de meter a diez estafadores en un equipo de doce, qué no será capaz de hacer con los miles de euros de promociones, ayudas y supuestas becas para discapacitados!

Es como un cuadro de Goya o de Solana de una España que está ahí y que creíamos que se había disuelto cuando fermentaba la burbuja. Una situación como la de esos jefes de Caixa Penedès que no tuvieron más remedio que asistir a una sesión del Parlament de Catalunya y que estuvieron mudos mientras los llamaban golfos, estafadores y mafiosos. Por 7,4 millones de euros de jubilación, más lo que habrán sustraído “presuntamente” durante los años de su mandato... Habría miles de ciudadanos dispuestos a que les llamaran de todo si les dieran una mínima parte de ese aguinaldo. “¡Échame trigo y llámame gorrión!”, dice un viejo refrán. Que me digan lo que quieran si por cada exabrupto me saco cien mil euros.

Lo más gracioso, por decirlo de alguna manera, es que toda esta historia de los paralímpicos en Sydney la hemos conocido gracias a un chaval alto, baloncestista, periodista en paro, que se apuntó ante la posibilidad de hacer el reportaje de su vida, metido entre los diez falsos discapacitados del baloncesto. Carlos Ribagorda fue el que denunció el asunto y de atenerse a las conclusiones del fiscal le hubieran caído dos años de cárcel, desconozco si como colaborador en la estafa deportiva española en los Juegos Paralímpicos de Sydney o por darle trabajo a la fiscalía denunciándolo. Se libró por los pelos para advertencia del gremio. ¡Chaval, tranquilo, ahora ya sabes las reglas: mirar, escuchar y callar!

Dos aspectos inquietantes y para los que no tengo respuesta, y si la tuviera no la podría exponer por autocensura. ¿Cómo consiguió el magnífico equipo de abogados del chorizo principal demorar el juicio durante trece años? Y la segunda: el día que la justicia se decida a entrar en el mundo del deporte competitivo, al que sería mejor denominar, “deporte de mercado”, el fútbol, por ejemplo, acabará desmoronándose el último mito de los idiotas.

19-X-13, Gregorio Morán, lavanguardia

Esta es una historia que nos retrotrae a la España de otro tiempo. Su epílogo tuvo lugar el lunes pasado, cuando la Audiencia Provincial de Madrid dio carpetazo al caso con una multa de 5.400 euros para Fernando Martín Vicente, el ex presidente de la Federación Española de Deportes para Discapacitados Intelectuales (FEDDI), condenado por un delito continuado de falsedad en documento oficial y otro de estafa. Los hechos se refieren al oro ganado por el equipo de baloncesto paralímpico español en los Juegos de Sydney 2000, medallas que se devolvieron cuando se demostró que sólo dos de los doce jugadores padecían algún tipo de discapacidad.

EFE Los ganadores de la medalla de oro olímpica al ganar a Rusia en la final de Sydney 2000

El proceso, prolongado durante trece años, llegó a la vista oral con 19 encausados (entre directivos, jugadores y técnicos), pero un acuerdo entre las partes derivó en un pacto de última hora por el que sólo se condenaba a Fernando Martín, al que se le aplicaban las atenuantes de las dilaciones indebidas y la reparación del daño. Tiempo atrás, Martín había hecho efectivo el pago de 142.335 euros para hacer frente a las responsabilidades civiles y restaurar así el dinero defraudado al cobrar las subvenciones.

Según la documentación analizada por la Audiencia, el monto de todas aquellas subvenciones se elevó a 31,6 millones de pesetas de la época (180.000 euros), dinero del que los jugadores no vieron nada porque, “ignoraban que tenían derecho a percibirlo y su firma fue falsificada en todos los recibos”. Según dicho escrito de acusaciones, “tampoco se realizaron las concentraciones previstas antes de los Juegos, pero su gasto fue cobrado, siempre con facturas falsas”, toda una trama urdida por Fernando Martín, “el único que tenía firma en la FEDDI por su condición de presidente y el que lo había dispuesto todo en su propio beneficio”.

Pocas de las personas que participaron en los hechos se avienen a hablar de todo aquello estos días. Lo hizo el lunes, a la salida de la Audiencia, Carlos Ribagorda, periodista y uno de los integrantes del equipo, quien, según se versión, jugó aquellos Juegos como infiltrado para vivir desde dentro la trama y poder destapar –y contar– el escándalo. Cuenta Ribagorda, que mide casi dos metros, que “a mí, como a otros, nos reclutaron de campeonatos municipales. El presidente quería un grupo competitivo porque la única manera de conseguir más premios y subvenciones para el deporte discapacitado era desde el éxito en los Juegos. Y además, todo el mundo hacía lo mismo”.

El equipo español arrasó . Explica Ribagorda que en algunos partidos, como ante China, ya ganaban de 30 puntos en el segundo cuarto, “y el entrenador nos pedía que bajáramos el pistón para que no se notara tanto”. No es la única picaresca. Al llegar al hotel el coordinador pidió a los jugadores que rellenasen los formularios con lentitud, para no levantar la liebre. La final, ante Rusia, fue otra cosa. “Esos sí nos hicieron sudar”, cuenta Ribagorda. “Nos jugaron de tú a tú y costó ganarles (87-63). Como mínimo tenían tres que eran mejores que nosotros y, desde luego, tampoco eran discapacitados”.

La llegada a Madrid, ya con la medalla al cuello, también tuvo su aquel. La Federación pidió a los jugadores que se dejaran barba, se pusieran gorras y gafas negras y no dieran entrevistas. Meses después, Ribagorda lo denunció todo en la revista Capital.

Pero la denuncia de Ribagorda no fue la primera. Los primeros fueron periodistas de Radio Alcalá que conocían a varios jugadores y empezaron a investigar que algo olía mal. Hay más. El artículo de Ribagorda se publicó en diciembre, pero en noviembre reveló la trama Gigantes del Basket. Su director de aquel entonces, Paco Torres, considera que Ribagorda sólo se avino a publicar su historia una vez destapado el pastel.

Considerado el caso en el top ten de los diez mayores escándalos de la historia del deporte, según The Guardian, todo esto ya es historia. El único condenado abandonó el lunes la Audiencia por la puerta trasera, a bordo de un BMW y seguido de un Mercedes, donde iban sus guardaespaldas. Su abogado, José Antonio Choclán, calificó el acuerdo como “una solución práctica”.

14-X-13, C. Novo, lavanguardia