"La montaña de los ricos", Juan-José López Burniol

No nos engañemos. Ricos, lo que se dice ricos de verdad, sólo lo son aquellos para los que su riqueza ya se ha convertido -junto con su posición social- en un instrumento de poder que les permite, de entrada, hacerse cada vez más ricos. De estos ricos habla Andy Robinson en su libro -Un reportero en la Montaña Mágica. Cómo la élite económica de Davos hundió el mundo- presentado hace unos días. Robinson es un inglés de Liverpool, que estudió Economía en la London School y se hizo luego periodista. Corresponsal durante años en Estados Unidos, lleva tiempo asistiendo a las reuniones que la élite económica mundial celebra anualmente en Davos. “Un millar de multimillonarios globales –nos dice–, brókers de Wall Street, magnates industriales de Shanghai, banqueros de Madrid, despreciando su precioso tiempo de networking para asistir a una serie de debates sobre la desigualdad económica en el siglo XXI”, con títulos como El reto de la desigualdad, Crecimiento y equidad, La economía moral o Las semillas de la distopía. Todo ello mientras la remuneración del consejero delegado medio de las 500 empresas estadounidenses más grandes es ya 430 veces mayor que el salario del trabajador medio, y, también en Estado Unidos, el coeficiente Gini –un indicador de la desigualdad econóo nos engañemos. Ricos, lo que se dice ricos de verdad, sólo lo son aquellos para los que su riqueza ya se ha convertido –junto con su posición social– en un instrumento de poder que les permite, de entrada, hacerse cada vez más ricos. De estos ricos habla Andy Robinson en su libro – Un reportero en la Montaña Mágica. Cómo la élite económica de Davos hundió el mundo– mica– se ha situado en el nivel más alto desde los años veinte del pasado siglo. Y en Alemania, la retribución del consejero delegado medio es hoy 147 veces superior a la del trabajador medio, tras experimentarse, en la década anterior, una subida del 55% en la remuneración de los ejecutivos de las grandes empresas que cotizan en la Bolsa de Frankfurt, frente a un aumento del 6% del salario medio.

Es cierto que Robinson escribe con un apasionamiento tal que alguien ha dicho del libro que es apocalíptico. Y, en efecto, tiene un punto de radicalidad, que en España va siempre acompañada de mala gaita, pero que entre anglosajones sólo suele ser descarada. Pero lo que describe no es para menos: el incendio iniciado en Estados Unidos el 2007, tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, se convirtió en una tormenta de fuego global tras la quiebra de Lehman en septiembre del 2008 y arrasó la periferia europea en los años 2010 y 2011. Un incendio provocado por las malas prácticas y por la impericia, cuya consecuencia ha sido una creciente desigualdad, a causa de la extrema concentración de las subidas del PIB registradas desde la crisis en el segmento más rico de la población. Con el añadido de que esta distribución de la renta hacia arriba alimenta la bolsa pero no puede impulsar una recuperación económica significativa. La tesis del libro es, por tanto, que el capitalismo de extrema desigualdad –la sociedad del 1% y el 99%–, que se extiende ya de Shanghai a Los Ángeles y de Londres a São Paulo, está condenado a hundirse en una crisis de especulación, de recesiones, de infraconsumo y de demanda insuficiente.

La prospectiva que traza Robinson es también desalentadora. Sostiene que los tísicos de La Montaña Mágica –a los que dio vida Thomas Mann– eran conscientes, antes de la Primera Guerra Mundial, de que su mundo se venía abajo, pero discutían sobre los distintos proyectos de reforma. ¿Pasa hoy lo mismo? Según Robinson, no. Para la élite de Davos no hay escarmiento ni juicio final. Pese a la enormidad de la injusticia que supone el enriquecimiento sin precedentes en la historia de una élite financiera y corporativa durante una crisis generada por sus excesos, y pese a la socialización de billones de euros de pérdidas privadas que han pasado una factura impagable a los ciudadanos, la élite de Davos disfruta de la impunidad más absoluta. Todo parece solucionarlo con fuertes dosis de filantrocapitalismo y emprendimiento social. Mientras tanto, una cada vez más menguante clase media pierde poder adquisitivo a pasos agigantados.

Lo que –a juicio de Robinson– diferencia la decadencia de la élite del nuevo siglo XXI de la enfermedad moral que Thomas Mann diagnosticó es que, tras la crisis del 2008, no emerge en ninguna parte una alternativa general a las teorías de los mercados eficientes, burbujas imposibles y consejeros delegados con retribuciones multimillonarias. La novela de Mann es un caleidoscopio de ideas, en el que se esbozan irónicamente los conflictos entre las grandes ideologías que caracterizarían las próximas décadas. Hoy, en cambio, no existe nada semejante a los debates entre el liberal humanista Septembrini y el reaccionario totalitario Naphta. Impera un pensamiento único. Las actitudes de las clases dirigentes no han cambiado. En el punto muerto de las economías occidentales del nuevo siglo XXI, brilla por su ausencia una alternativa intelectual a las tesis que hoy dominan. Vale la pena dar noticia, por lo dicho, de la aparición de este libro. Aunque sólo sea para estimular el debate social.

9-XI-13, Juan-José López Burniol, lavanguardia