la "disciplina de partido", negación de la democracia donde más hubiera de haberla

Un dedo significa sí, dos, no y tres, abstención. El portavoz del grupo socialista en el Parlament, Maurici Lucena, hacía una uve como de victoria, en el pleno de este jueves, indicando a sus diputados que debían votar en contra de la consulta; Jordi Turull, con un dedo en alto, recordaba al grupo de CiU que están a favor. La instrucción de voto a los diputados es un ritual que se repite en cada votación en el Congreso, en el Senado y en los parlamentos autonómicos, donde los grupos votan en bloque; romper la disciplina de voto, como hicieron esta semana los parlamentarios del PSC Marina Geli, Núria Ventura y Joan Ignasi Elena es una conducta extraordinaria, que los partidos no toleran y sancionan, aunque no todos tienen la misma vara de medir. Las multas van de 300 a 600 euros y en casos graves la rebeldía puede llevar aparejada la expulsión del partido.

Hace un año, el PSC multó a los cinco diputados que se rebelaron en el Parlament contra la consigna de votar en contra de la declaración de soberanía. Y ha habido otras rebeliones: en las filas socialistas, el grupo de diputados del PSC en el Congreso ha roto la disciplina de voto del PSOE –por la consulta–en dos ocasiones en esta legislatura (la primera les costó 600 euros a cada uno, la segunda una advertencia por escrito), y en la pasada legislatura lo hizo el exlíder de CC.OO. Antonio Gutiérrez, contrario a la reforma laboral y a la reforma constitucional para el equilibrio presupuestario. En el PP han sido sonados los desmarques de Celia Villalobos, más progresista que su partido en las leyes del aborto y el matrimonio homosexual y de Federico Trillo, contrario a la reforma de la ley del divorcio en la que el PP se abstuvo. LOS “WHIP”, DISCIPLINADORES Pero los que rompen la disciplina de voto son la excepción. Si a un diputado le toca defender una posición que no es exactamente la suya busca argumentos para parecer convincente. En un sistema electoral de listas cerradas, en el que la dirección del partido decide quién va en las candidaturas, es fácil deducir por qué pocos se salen del guión.

Es una situación que resultaría inaceptable en los países anglosajones, en los que cada diputado es dueño de su voto; nadie lo pone en una lista y sólo debe su elección a sus votantes. En las cámaras británicas y de Estados Unidos existe la figura del whip, un congresista que se encarga de mantener la unidad del partido en votaciones clave. Whip es látigo en inglés, lo que da una idea de cómo se empeñan en negociar y persuadir al máximo número de parlamentarios para que voten en un sentido; los whip cuentan los votos que van sumando a favor de una propuesta y no se lleva al pleno hasta que tiene apoyos suficientes. Sean o no del mismo partido, los congresistas forman a veces coaliciones en asuntos en los que tienen intereses comunes –por ejemplo, los hispanos– para tener más fuerza de negociación: a cambio de su voto pueden lograr ciertos cambios en el texto del proyecto o en otros que favorezcan a sus electores.

En España, tener la unidad de voto en un grupo parlamentario ayuda en la negociación de propuestas y favorece el cumplimiento del programa electoral, apuntan los defensores de este sistema. Sin embargo, muchos creen que la disciplina no puede estar por encima de la conciencia.

19-I-14, S. Hinojosa, lavanguardia