"La política del espectáculo", Sergi Pàmies

Paradoja: se siguen tratando los realities con suficiencia y desprecio y, en cambio, no se admite que algunas tertulias políticas y programas de debate utilizan ingredientes similares. ¿Cuáles? La construcción de ídolos artificiales, la explotación del conflicto, la nominación, la expulsión, la gala convertida en tribunal, hacer promesas e incumplirlas (en Gran Hermano VIP, pruebas anunciadas como incorporaciones; en la telepolítica, humo gaseoso, líquido y sólido) y ventiladores de porquería endogámica funcionando a tope. La demagogia y el populismo que practican los concursantes de GHVIP (Telecinco) es equiparable al tono de muchos sermoneadores que aprovechan la supuesta respetabilidad de los formatos de debate para transformarse en reyes de la intimidación retórica. ¿Quién es más populista, Belén Esteban o Miguel Ángel Revilla? Los mecanismos que utilizan para atraer audiencia son idénticos: histrionismo, estridencia y estrategia. En GHVIP las alianzas responden al interés por el premio y una promesa darwiniana de supervivencia. En los debates políticos hay una parte de profesionales que asumen honestamente su responsabilidad de crear opinión. Pero también abundan depredadores de la palabra que, embriagados de vanidad o falta de escrúpulos, pontifican para no perder el rango de candidato a ser nominado, expulsado o aclamado. Que la realityzación de la política haya hecho mella y tenga consecuencias más allá del plasma es a) un misterio, b) un síntoma y c) una catástrofe. En el mundo de las alternativas, descubrir que los modelos Pablo Iglesias y Albert Rivera son los que conviene seguir debe entenderse como la consecuencia de una desesperación que, en vez de fortalecer la unidad, propicia más atomización y culto a la personalidad (Alberto Garzón, Tania Sánchez). Igual que en el universo de los realities, la demanda se alimenta de candidatos. En Gran Hermano o Supervivientes la capacidad de instrumentalizar la propia ridiculización y de inmolarse es un elemento decisivo para ser contratado. En la política espectáculo, en cambio, nunca sabes si el interlocutor se inmola por convicción o como parte de una estrategia. Tanto en la selva de los realities como en la de los debates, al final cada uno responde por sus aciertos y errores. Pero conviene recordar que en la tele lo que consideramos un error en la vida real suele ser un acierto y lo que en la vida real consideramos un acierto suele ser un error.

24-II-15, Sergi Pàmies, lavanguardia