> dossier: Egipto al linde con la guerra civil

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Eran las cuatro de la mañana cuando las fuerzas de seguridad abrieron fuego contra un campamento de protesta islamista ante la sede de la Guardia Republicana, en la periferia de El Cairo. Al menos 51 personas fallecieron y otras 435 resultaron heridas, según las autoridades sanitarias. No precisaron si incluían a dos policías y un soldado muertos.

Egipto desayunó con la versión oficial en todas las cadenas de televisión nacionales: el ejército fue atacado primero por “terroristas armados” con munición real, cócteles molotov y piedras, con francotiradores apostados en tejados. Los atacantes, dijeron, intentaron asaltar la sede de la Guardia Presidencial, donde los Hermanos Musulmanes acampan contra el derrocamiento de su presidente, Mohamed Morsi, que creen que está retenido dentro.

La versión islamista es diametralmente opuesta. Aseguran que fueron atacados por la policía y por el ejército sin que hubiera provocación alguna mientras rezaban la oración del alba, dando la espalda a los soldados que custodiaban la Guardia Republicana. Según varios manifestantes entrevistados por este diario, las fuerzas de seguridad –policía y ejército– les dispararon perdigones y gases lacrimógenos, y luego pasaron a la munición real.

Los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes duraron cuatro horas. El hospital cercano de Ciudad Nasr dijo en un comunicado que desde las 04.30 horas había recibido 306 víctimas, todos hombres, de los cuales 36 llegaron muertos. Presentaban heridas de bala, fracturas y otras heridas.

El partido de los Hermanos Musulmanes llamó a la “rebelión del gran pueblo de Egipto contra quienes pretenden robarle su revolución con tanques”. Pidió a la comunidad internacional que intervenga para evitar que Egipto sea “una nueva Siria”.

La matanza ha hecho saltar por los aires cualquier atisbo de una salida política a la crisis en la que se halla sumido Egipto desde el derrocamiento de Morsi, que ha fracturado el país. El partido salafista Al Nur, que apoyó la destitución, condenó la “matanza” y anunció que abandonaba las conversaciones para elegir un primer ministro interino.

A medianoche, el presidente interino designado por el ejército, Adli Mansur, emitió un decreto con su hoja de ruta para la transición. Prevé una reforma de la constitución y, tras su aprobación en referéndum, la celebración de elecciones legislativas en seis meses. Mansur había expresado antes su “dolor” por las muertes y anunció una investigación, aunque en su discurso avaló la versión militar.

El líder opositor Mohamed el Baradei, barajado para primer ministro provisional, también pidió una investigación. “Una transición pacífica –escribió en Twitter– es la única salida”.

   El jeque de Al Azhar, considerado máxima autoridad del islam suní, advirtió del peligro de una “guerra civil” y anunció que se recluía. Ahmed el Tayeb, que respaldó también la destitución, dijo que no tenía “otra elección” que encerrarse “hasta que todo el mundo asuma su responsabilidad en detener el derramamiento de sangre en lugar de arrastrar el país a la guerra civil”. Pidió que se abra inmediatamente un proceso para la reconciliación nacional, que incluya la liberación de los islamistas detenidos en la última semana...

Mientras, la televisión egipcia emitía las imágenes grabadas por el ejército durante los choques. En ellas se ve a decenas de manifestantes lanzando piedras y cócteles molotov contra los soldados e incendiando neumáticos, a hombres sobre los tejados que arrojan objetos. En ningún momento se muestra a las fuerzas armadas o a la policía disparando, pese a que casi todas las víctimas son manifestantes.

La matanza ha ahondado todavía más –si cabe– la fractura egipcia. El campamento islamista, en la mezquita de Rabia el Adauiya, cercana al lugar de la tragedia, nunca había estado tan lleno como ayer. Había decenas de miles de personas, pese a que el ejército había llamado a los manifestantes a volver a sus casas. Muchos vienen de fuera de El Cairo, y se veían muchos velos integrales y barbas islámicas, con las mujeres segregadas en zonas reservadas. “Presidente Morsi, moriremos por ti”, rezaban muchos carteles.

El ejército emitió un comunicado en el que aseguraba que no tomaba partido y que los manifestantes pacíficos no tenían nada que temer. En Rabia el Adauiya habían erigido muros de protección y hombres armados con bastones custodiaban sus accesos. En la plaza Tahrir, seguía la fiesta. Música y fuegos artificiales como si no hubiera sangre...

“Estaba haciendo mis abluciones para la oración del alba cuando oí la alarma”, explica un hombre que se identifica como Osama, profesor de matemáticas en la Universidad de Garbiya. Los vigilantes del campamento islamista veían llegar a la policía desde la otra punta de la calle, en dirección a la Guardia Presidencial. “Nuestros chicos se pusieron a lanzar piedras. Entonces ellos respondieron directamente con tiros”, asegura...

Su relato no gusta a un joven barbudo que, como hacen los más integristas, no mira a las mujeres directamente a los ojos. Escucha atentamente todo lo que dice. Se identifica como “el responsable de comunicación de la mezquita Al Mustafa”. Se lleva a Osama a una esquina y se le oye decir: “¿Por qué dices lo de las piedras? ¿No habíamos quedado en que eso no lo contábamos?”.

9-VII-13, G. Saura, lavanguardia

En mi primer viaje al Cairo por el entierro de Naser, el 1 de octubre de 1970, Egipto contaba con 20 millones de habitantes, hoy tiene 83 millones, de los que el 60% tiene menos de 30 años.

Las penurias económicas empujaron a millones de egipcios a Arabia Saudí, a los principados del Golfo, a la Libia de Gadafi... La saudización de Egipto es patente. Los egipcios, piadosos musulmanes, no sólo han encontrado allí los lugares santos de La Meca y Medina, sino un estilo de vida económicamente atractivo. Muchos egipcios que fueron a trabajar a aquel reino absolutista y de represivas costumbres encontraron su Eldorado particular. Con sus ahorros, compraron algún apartamento en las vastas ciudades periféricas de El Cairo.

A su regreso estos emigrantes, muy impregnados de la doctrina radical y puritana wahabí, han influido en el ritmo cotidiano de la sociedad egipcia. El islam del consumo del Golfo, desde Dubái a Qatar, ha marcado a las nuevas generaciones, ahora a la deriva. La fascinación por el estilo de vida del Golfo, entre un capitalismo floreciente y un islam reverenciado, se ha extendido. Hay flamantes centros comerciales y zonas residenciales para ricos. Ha aumentado, por otro lado, la pauperización de la capital y la religiosidad puritana. Junto al islam consumista ha progresado este otro islam oscurantista, fomentado con el dinero del Golfo y sus predicadores televisivos a sueldo. El novelista Alaa al Aswani ha lamentado el contagio de esta sociedad beduina ensimismada, atrasada e hipócrita al islam egipcio, tolerante, abierto, civilizado.

9-VII-13, T. Alcoverro, lavanguardia