el Gobierno de Aragón debe editar urgentemente un Diccionario lapao-catalán

Oficialmente ya no existe el catalán en Aragón. Ni tampoco el aragonés. El Partido Popular (PP) y el Partido Aragonés (PAR), unidos por un acuerdo de legislatura, aprobaron el jueves la nueva ley de Uso, Protección y Promoción de las Lenguas y Modalidades Propias. Dicha norma deroga la de 2009, que reconocía la manifiesta existencia del castellano, el catalán y el aragonés en tierras de dicha comunidad. Según el nuevo texto legal, el catalán pasa a denominarse Lengua Aragonesa Propia del Área Oriental; y el aragonés, Lengua Aragonesa Propia de las Áreas Pirenaica y Prepirenaica.

Denominaciones tan prolijas, tan distantes de la llaneza de términos como castellano, francés, inglés, alemán u otros que dan nombre a un idioma, fueron de inmediato reducidas por la ciudadanía a su acrónimo. De manera que, de facto, el catalán pasa a llamarse lapao, que es voz formada con las siglas de las palabras que integran su nueva denominación; y el aragonés, por el mismo procedimiento, fue rebautizado como lapapyp. He aquí dos neologismos que tienen la virtud de la brevedad, pero cuyos exóticos, por no decir ridículos, ecos han causado vergüenza ajena en las filas de la oposición (PSA-PSOE, CHA e IU). Han suscitado también incredulidad en los círculos académicos. Y han propiciado una cadena de chanzas, de incontables eslabones, en las redes sociales.

No es de extrañar que haya sucedido tal cosa. El Gobierno que preside Luisa Fernanda Rudi (PP) quizás crea prioritario (pese a que las urgencias de nuestros días son otras y bien obvias) borrar el nombre de una lengua –el catalán– que en Aragón hablan 60.000 personas, y de otra –el aragonés– que conocen 12.000. Y para su consejera de Educación y Cultura, Dolores Serrat, quizás sea posible afirmar sin sonrojarse, como hizo ayer, que esta norma legal que priva de su nombre a dos lenguas enraizadas en Aragón es “una herramienta para su defensa”. Hoy en día se hace lo contrario de lo que se dice con asombroso desparpajo.

Pero, desde un observatorio menos sesgado, eso no es lo prioritario. Ni parece, tampoco, que esta nueva regulación vaya a ser una medida de gran utilidad. Aunque acredita, eso sí, un alejamiento del Gobierno aragonés de la realidad y, al tiempo, de cuantos hablan las dos lenguas en cuestión. Así pues, oficialmente, el catalán y el aragonés ya no existen en Aragón. Pero para quienes los usan cotidianamente siguen vivos, conservan su nombre de siempre y es muy posible que lo sigan conservando cuando lapao y lapapyp sean ya términos olvidados en el desván de los sinsentidos.

11-V-13, lavanguardia