Bankia, el retrato de las élites (...) de "Madrid"

La caída de Bankia es un acontecimiento tremendo para España pese a los intentos de las élites madrileñas -de derechas y de izquierdas- por minimizarlo. La derecha quiere salvar al soldado Rato y por ello traspasa toda la culpa al gobernador del Banco de España, como si el PP madrileño y valenciano nada tuviesen que ver con la gestión de Caja Madrid y Bancaja, epicentros del ladrillazo nacional. La izquierda socialdemócrata intenta salvar al soldado Mafo -Miguel Ángel Fernández Ordóñez, socialista a fuer de liberal-, reduciendo a letra pequeña el reciente beneplácito del Banco de España a la huida hacia delante de Rato, tras su negativa a la operación Barcelona. Antes alemana, o italiana, que catalana (Endesa). Antes quebrada que catalana (Bankia). Esa es la ley de hierro española y ahora se van a pagar las consecuencias. Desbordado el Banco de España, el Banco Central Europeo tutelará las nuevas auditorías de la banca y nadie sabe hoy por hoy qué alcance van a tener esos controles. El Estado no tiene dinero para un respaldo a gran escala. He ahí la nueva zarza ardiente de la crisis, ante la cual el economista Paul Krugman, profeta Elías del centroizquierda español, ha visto un inminente corralito en forma de carro de fuego. La industria del Apocalipsis es cada vez más rentable en el circuito mediático, especialmente en los centros de opinión contrarios a la continuidad del euro. (La última que corre por Madrid: un industrioso exministro del gobierno de Zapatero está intentando crear un foro de opinión para debatir la salida de España del euro). Al fondo, la debilidad o fortaleza del Ibex 35 y las apetitosas posiciones estratégicas de las multinacionales españolas en Latinoamérica...

Existe una generalizada opinión que atribuye a Rodrigo Rato -y a Fernández Ordóñez- tres errores de bulto. El primero, la fusión de Cajamadrid con Bancaja; el segundo, la salida a Bolsa de Bankia a costa de pasar el cepillo a los bancos y a las grandes corporaciones españolas, y el tercero, haber rechazado la oferta de fusión por absorción que le ofreció Fainé al exvicepresidente Rato a finales del 2011 para formar algo así como una Caixabankia.

Nadie ha confirmado oficialmente que existiera esa oferta de La Caixa, pero ha de entenderse que se planteó porque el que calla otorga y los silencios son espesos. Esperanza Aguirre se ha precipitado a puntualizar que en ningún momento opuso reparo político a la operación. Fuentes gubernamentales sostienen que la iniciativa, además de viable, era conveniente. Y Rato, sencillamente, no dice nada pero su entorno aduce que aceptar las condiciones de la dirección de La Caixa hubiese sido políticamente duro (¿para quién?): la sede social y las operativas del banco estarían en Barcelona, el organigrama de la entidad procedería de los cuadros que dirigen Nin y Fainé, y Madrid y Valencia quedarían privadas de su referencia financiera. Es decir, que el equipo de Rato argumenta la falta de idoneidad política para consumar una operación que, aunque de difícil digestión financiera para La Caixa, nos hubiese evitado el trance -insisto, tardío- de la traumática intervención de Bankia.

De ser así las cosas -y todo este asunto deambula entre las brumas de la imprecisión- tendríamos encima de la mesa un grave asunto. Se repetiría aquella zafiedad de "antes alemanes que catalanes" que se popularizó en los ambientes del casticismo rampante a propósito de la OPA sobre Endesa. No es lo mismo, pero se le parece. Y dispone de agravantes porque este caso es un tema de Estado de mayor calado que el de la eléctrica ahora en manos de Enel.

17-V-12, Enric Juliana/ J.A.. Zarzalejos, lavanguardia

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